Estoy aquí, sentada, escribiendo, una tarde de domingo.
Arriba, mi gente, cada uno en su habitación, se dedican a sus cosas.
En la calle peatonal juegan los niños.
Yo estoy en un curioso estado de vacío, no indiferente, pero sí ausente de dolor o esperanza, de expectativa o deseo, a la vez suelta y contenida.
Ante una especie de puerta interior que no termina de abrirse y que no sé a dónde conduce.
Lo que tenga que ser, será. Y lo viviré, si he de vivirlo.