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martes, 10 de abril de 2012

¿Hacia una segunda acumulación originaria?

Rehojeando la Acumulación originaria de capital (capítulo del Capital, del interesadamente olvidado pero vigentísimo Marx, el único teórico de la economía por mí conocido cuyo modelo aún tiene sentido), andaba yo preguntándome si, al igual que esa primera acumulación, con todos sus horrores, dio lugar a un sistema, este en que aún nos encontramos, que, con todos sus defectos, ha servido para superar el aún más defectuoso sistema feudal, y conseguir un cierto grado de individuación (y libertad) en un porcentaje no pequeño de la población, entre otras virtudes innegables, si al igual, repito, que aquélla primera acumulación posibilitó un cambio de sistema, a costa, eso sí, de despojar a masas enormes de seres humanos de sus menguados derechos y su menguada seguridad (aunque, con el tiempo, el nuevo sistema posibilitó mayores cotas de derechos y seguridades, en un niveldistinto) no estaremos inmersos en un segundo proceso de acumulación de capital que podría llevarnos... ¿a dónde?
No, no me he pasado con armas y bagajes al campo donde ondean los pendones de la señora Merkel, el ínclito Sarkozy y el inenarrable don Mariano. Sólo reflexiono, tratando de hallar un sentido a lo que está sucediendo.
Y ciertamente tampoco propongo olvidar la ética (y hasta la estética) personal y colectiva en aras del imparable proceso de la Historia. Por el contrario, me parece un momento en el que, además de la igualdad (y parece que el alma colectiva, San Dios o quien coño fuera o fuese, están empeñados en igualarnos... por abajo) y la (formal, sí formal) libertad (pero hay resquicios. La Red, por ejemplo, es uno de ellos, y tenemos que aprovecharlos a saco), hay que sacarle lustro a la nunca practicada ni casi nombrada fraternidad, el tercero en discordia de los ideales de de mi (a pesar de todo) amado Occidente. Valor de raíz (si, sí) cristiana. Y joya de la corona de lo mejor de nuestro pensamiento y nuestra ética. Porque sí, todos y cada uno de nosotros somos "el guardián de nuestro hermano", como comentaba no hace mucho un amigo en su blog. En estos oscuros tiempos y en todos los tiempos, y nunca como ahora esa responsabilidad es tan personal, tan individual, tan nuestra y (desgraciadamente) sólo nuestra. De cada uno, porque el Estado está rompiendo el contrato social, el precario contrato social a cuyo amparo dormíamos -unos pocos- (más o menos) tranquilos, y eso significa que ha llegado el tiempo de los individuos. Y de la ética personal, además de la lucha por una ética social, y por un contrato social más abarcador y, sí, nuevo de maneras que ahora ni se nos ocurren, pero que habrá, necesariamente, de involucrarnos de una manera más personal y responsable que el anterior Estado paternalista que se está yendo por el vertedero.
Tiempo de sufrimiento, de ejercicio personal de esa fraternidad hasta ahora delegada en el colectivo (pero que sigue siendo incuestionablemente necesaria, y que ahora es, sin perjuicio de la actuación en pro de la justicia social, una tarea personal, y lo subrayo, personal, de cada uno, porque nadie más lo va a hacer por nosotros), tiempo de pensar y repensar en lo que hay y lo que viene, de asunción de nuestra intransferible humanidad personal... y de la intransferible humanidad del otro.
Tiempo de hacer consciencia, de meterle mano y hacerle la digestión a esa alma objetiva. De humanizar "lo natural", que en este caso es lo económico y lo cultural, como nuestros ancestros lo hicieron con los titanes de la Naturaleza. Todos. Sin escaqueos. Con hechos, y no sólo con palabras.
La ética debe suponérsenos, como el valor al soldado, y también una visión a ganar por parte de los individuos (más o menos individuos), de esos que, sin mérito alguno por nuestra parte, hemos tenido el plus suficiente para permitirnos pensar en algo más que los garbanzos cotidianos.
Un mundo se muere. La cuidad alegre y confiada está siendo arrasada y sembrada de sal. Kali se pasea triunfante sobre un campo de batalla repleto de cadáveres, de sangre y de veneno.
Pero la oscura Dama de la destrucción posee, según el mito, la capacidad de ingerir ese veneno y neutralizarlo, de hacer inocuo lo mortal, de propiciar la renovación.
Hay retos que tenemos que asumir. Somos demasiados para este planeta, y nuestra forma de vida, tanto la occidental como la del segundo y la del tercer mundo, es insostenible, por causas diferentes, desde cualquier punto de vista. Las décadas venideras hemos de someternos voluntariamente a una reducción de nuestra abundancia (los que la tenemos), de nuestra descendencia (todos) y de nuestra ambición personalmente colectiva.
Se han de acometer reformas inmensas, que necesitarán de recursos ingentes y un sufrimiento, me temo, atroz. Tal vez sea, o debería ser ése, el sentido de esta segunda acumulación, ojalá originaria de un nuevo mundo. Que vendrá inevitablemente, pero que tenemos el deber ético, fraternal, de modular en un sentido de incluir en sus derechos, en sus leyes, en su cultura, a toda vida, a todo el planeta, a todo el cosmos.
Así, creo que la responsabilidad personal, el hecho de sentirnos y ser los guardianes de nuestro hermano, se ha convertido en un imperativo ético de absoluta necesidad. Y nuestro hermano, quién es nuestro hermano, se ha ampliado de manera inconmensurable. Todo es mi hermano, y la asunción de este hecho va exigir de cada uno una imprescindible ampliación de la consciencia. No hacia la nostalgia, sino para el futuro. La globalización, que no va a pararse y que, en sí, es un proceso necesario, exige una conciencia ética y una altura de miras global. Tal vez sea la dura mano de la economía la que nos empuje hacia un mundo global, unificado a todos los niveles, al que jamás habríamos aceptado ir por nosotros mismos, porque no tenemos los redaños ni la ética de una renuncia voluntaria a lo que nos convierte en privilegiados. Así como la primera acumulación sacudió las estrechas y míltiples fronteras del mundo feudal, posibilitando espacios de vida y de intercambio más amplios, tal vez esta segunda acumulación, con su consecuencia (¿o causa?) globalizadora sea la que finalmente convierta a todo el planeta en un espacio físico, económico, político y psíquico único.
Sea como fuere, Occidente está, de manera forzada, en la escuela de la humildad. Está descubriendo, incrédulamente, su vulnerabilidad, su ser como todo el mundo. Y eso no puede sino ser sano. Pero tambiién, Occidente ha sido, hasta ahora, y desde (casi) siempre, la vanguardia del pensamiento y de la ética. O nos despabilamos, nos ponemos en nuestro sitio y pensamos y creamos para todos, o la Historia nos enviará al foso del desguace. Merecidamente.
Seamos, pues, humildes. Y hagamos resaponsablemente lo que debemos. Como sociedad y, sí, también, como individuos.

P.S. Y, como dice el ideal marxista, cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades. Una buena definición de la fraternidad. Y de la responsabilidad personal.