"Al aproximarse a los treinta años, Víctor empezó seriamente a cuestionar su vida. Hasta entonces se las había arreglado para reírse de todo, con lo cual evitaba cualquier confrontación con sus sentimientos, pero entonces comenzó a ver no solamente las limitaciones de su carrera profesional, sino también -y con cierto dolor- las de su vida personal... Al estar hasta tal punto desconectado de su vida sentimental, no podía disfrutar de una relación importante y duradera con nadie, ya fuese hombre o mujer. Si hubiera conseguido abrir su corazón a alguien, tal vez podría haber establecido una relación auténtica, pero quitar el cerrojo a su naturaleza sentimental habría sido abrir las puertas del abismo...
Con más ingenuidad que el resto de los mortales, Víctor había intentado encarnar el antiguo mito del puer, del bello joven encadenado a la madre-diosa devoradora, que vive condenado a un lapso fugaz de vuelo libre y luminoso, para después regresar a la omnivoracidad del útero. Enfrentado con esta última perspectiva, empezó a contemplar la posibilidad del suicidio. En el momento en que escribo, Víctor sigue actuando... Al mismo tiempo, sin embargo, es desesperadamente desgraciado, se niega a recibir ningún tipo de ayuda profesional y está convencido de que la solución final de su vida -y el acto final de venganza contra su madre- será algún dia, en algún momento, su propia autodestrucción."
(Liz Greene: Relaciones humanas)