"El niño no es un mero receptáculo de la vida psíquica de los padres; aunque es susceptible a las fuerzas inconscientes que lo rodean en la niñez, también él aporta a la vivencia que tiene de ellas algo que le es propio. Por esto, no podemos nunca atribuir una culpa moral a ningún padre, aún cuando el rechazo, el descuido, la aspereza, la ausencia, la posesividad excesiva o la falta de comprension de uno de ellos, o de ambos, parezcan haber generado el conflicto psicológico. Todos esto son factores que ciertamente dejan su sello, y son muchas las brutalidades que se cometen en nombre del amor. Pero, sea cual fuere la mentalidad que exhiba el padre o la madre, en el niño hay algo que, por decirlo así, sale al encuentro, lo acepta y lo absorbe, y el valor que él asigna inconscientemente a uno u otro de los atributos de los padres determina el efecto que tiene sobre él el progenitor de que se trate...
El factor más importante en los problemas de las relaciones difíciles entre padres e hijos, y especialmente de aquéllas en las que está en juego la madre, no es lo que el adulto hizo o dejó de hacer. Es la interacción entre las dos partes, la combinación de las dos sustancias químicas; ambos son factores contribuyentes al producto que de ellos resulta. En pocas palabras, no se trata sólo de lo que el padre hizo, sino de lo que el niño esperaba que hiciese, y de la discrepancia entre la acción (o su ausencia) y la expectación.
En el tratamiento de los pacientes, uno se queda al principio impresionado, e incluso sobrecogido, por la importancia manifiesta de la madre personal. La figura de la madre personal se cierne como un factor de tal magnitud sobre toda las psicologías personalistas que, como bien lo sabemos, éstas jamás la trascienden, ni siquiera en teoría, en la medida necesaria para llegar a otros factores etiológicos importantes. Mi propio punto de vista difiere del de otros teóricos médico-psicológicos, principalmente en cuanto yo atribuyo sólo una limitada importancia etiológica a la madre personal. Es decir que todas aquellas influencias ejercidas sobre los niños que describen los tratados no provienen de la madre misma, sino más bien del arquetipo proyectado sobre ella, que la destaca contra un telón de fondo mitológico y la inviste de autoridad y de una dimensión numinosa. Los efectos etiológicos y traumáticos producidos por la madre se han de dividir en dos grupos: 1) los que corresponden a rasgos de carácter y actitudes efectivamente presentes en la madre. 2) los que se refieren a rasgos que la madre sólo parece poseer, ya que su realidad está compuesta por proyecciones mas o menos fantásticas (es decir, arquetípicas) que efectúa el niño.
Si queremos trabajar de manera constructiva con las imágenes parentales en la psique debemos tener en cuenta este postulado jungiano. En la sociedad actual es improbable que haya muchos individuos que no lleven la ambigua impronta de los padres. Ello se debe parcialmente a que la subvaloración de la relación y del principio femenino en general durante los últimos dos mil años, ha creado en el seno del matrimonio problemas universales que no pueden menos que dejar cicatrices en la psique del niño...
Para poder encontrar algún sentido en tales dificultades, y utilizarlas de manera constructiva, debemos empezar por separar el padre o la madre real de la proyección arquetípica. Si esto se hace con ternura y con respeto por la persona, sean cuales fueren sus fallos, no habrá violación de ningún vínculo de amor. La violación sólo se produce en el inconsciente, cuando la separación no se efectúa, y el resentimiento acumulado a lo largo de una vida rebalsa, inundando la existencia diaria de un hombre y envenenando las relaciones de éste con quienes lo rodean... Esos padres están hechos de nuestra propia sustancia, están conectados a nosotros por una unidad de composición psíquica, independientemente de que reconozcamos o no este vínculo. Nuestros padre son, por consiguiente, a la vez personas objetivas en el mundo externo y figuras simbólicas en el interior de la psique.
Si no hay un padre con quien el niño pueda relacionarse de alguna manera, ¿qué habrá de proporcionarle un símbolo de fuerza, determinación y apoyo? En esas condiciones, un niño puede estar influido solamente por a visión que tiene la madre del padre ausente, imagen que, si el matrimonio ha fracasado, estará probablemente muy deformada. Otra alternativa es que el niño se vea frente a una madre que intenta hacer de padre y que asume el rol masculino. La imagen que en su fantasía se crea un niño en ausencia de su padre asumirá inevitablemente proporciones gigantescas, porque no sólo la naturaleza aborrece el vacío, sino también la psique; y donde exista un vacío personal, este se verá inundado por los arquetipos. Por otra parte, si el padre está presente, también ejercerá una influencia mediada por la parte inconsciente de sí mismo. Si está frustrado y dominado por su mujer, ¿qué efecto tendrá sobre el niño su cólera y su amargura inconscientes? Si es incapaz de reconocer o de expresar sus sentimientos, ¿cómo afectará ello a la confianza del niño en el poder de unión y de reparación del amor? Nada que no haya sido vivido muere; pero lo que haya sido vivido por el padre puede vivir una vida secreta en el inconsciente del hijo, y en esa medida convertirse para él en "destino"...
En última instancia, quizá no podamos hacer otra cosa que lo que nos sugiere el I Ching, y trabajar sobre lo echado a perder... aceptando siempre nuestra parte de responsabilidad.
Hay una fase sumamente incómoda por la cual debe pasar inevitablemente el individuo como parte de su evolución, una fase en la que descubre la ambivalencia en la emoción que siente hacia los padres, y en que reconoce los elementos más oscuros y más destructivos que hay en su relación con ellos. esta fase se caracterizará por consiguiente por un resentimiento natural y -en cierto sentido- completamente justificado, que se expresa en forma de recriminaciones que irrumpen coléricamente en la conciencia. Sin embargo, esta fase es sólo un aspecto preliminar del trabajo que se ha de realizar. Es como un absceso donde se reunen todas las toxinas que hasta entonces han circulado, infectándolo, por todo el cuerpo. Y la ventaja de un absceso es que al abrirlo con un bisturí, se puede hacer drenar los venenos, dando así al cuerpo la oportunidad de curarse.
Cuando el resentimiento y la recriminación disminuyen, uno va dándose cuenta gradualmente de que lo que "le hicieron" los padres sucedió hace ya muchos años, y de que es solamente uno el que ha permitido que los fantasmas siguieran con vida en la psique, alimentándose de uno mismo y, desde su propio submundo, condicionando y dirigiendo sus opciones. A medida en que un individuo comienza a ver que él mismo ha investido a ciertas imágenes de un poder perdurable, puede ir desenmarañándose de ellas; y reconocerá que muchas cualidades poco atractivas de su propia naturaleza, que antes había atribuído a la influencia de los padres, en realidad le pertenecen. Y además, al ir cultivando la compasión por su propia oscuridad, comenzará a sentir compasión por la oscuridad que hay o había en sus padres... Así el hijo da nuevo nacimiento al padre, y al mismo tiempo, toma conciencia de la energía más profunda que se alza por detrás de la figura parental y que constituye su propia y verdadera fuente. Al liberarnos, liberamos a nuestros padres. Sólo de esta manera podemos verdaderamente honrarlos, rindiéndoles el honor que a todo ser humano se debe. Y esto es muy diferente de un homenaje hecho de labios afuera, a partir de una carga de culpa y con el corazón lleno de un resentimiento secreto que hacemos pagar a nuestros hijos y a nuestra pareja."
(Liz Greene: Relaciones personales)