"De la misma manera que los niños proyectan en sus padres reales a los padres arquetípicos, también éstos proyectan el niño arquetípico -la vida nueva, llena de posibilidades creativas- sobre su progenie. Cuando así sucede, es probable que la imagen del niño quede teñida por la inferioridad secreta del padre.: el impulso oculto, la ambición clandestina, a ls cuale jamás se les ha permitido el acceso a la conciencia. ¿Cuántas madres, que se esfuerzan por no salirse de la activiad doméstica, y se mantienen fieles al mundo del sentimento y de la relación, no albergan inconscientemente ambiciones del animus que proyectan sobre un hijo, haciéndolo depositario de su esperanza de que se convierta en genio intelectual, prodigio creativo u hombre de éxito? En casos así, la voluntad de poder se se oculta tras la máscara del amor. En nombre de "lo mejor para él", la madre comete una violación psíquica del hijo, y después se echa atrás, atónita, cuando él se rebela violentamente o se refugia en un comportamiento "anormal". En otros casos el niño, en su desesperada necesidad de amor, puede él mismo modelarse, ajustándose a la proyección del padre; puede pasarse media vida tratando de ser el prodigio que se espera que sea, cotejándose con normas de perfección que son sobrehumanas y a las que, por consiguiente, jamás puede llegar. Y no es sorprendente que así los sucesivos fracasoss engendran un profundo sentimiento de incapacidad y culpa. En la edad adulta el hombre tendrá que enfrentarse finalmente con el demonio que lo ha inspirado, tendrá que reconocer que no es su propio demonio, pero también que él lo ha aceptado como propio, y al aceptarlo se ha condenado."
(Liz Greene: Relaciones humanas)