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domingo, 1 de agosto de 2010

Un rostro torturado

De nuevo en el blog de Graciela Bello (gracielabello-art.blogspot.com), encuentro la reproducción de una portada de Time con una fotografía impresionante de una mujer muy joven con el rostro mutilado. Al parecer, se trata de Aysha, de 18 años, condenada por los talibanes a perder la nariz y las orejas por haber intentado huir de su marido, que la maltrataba.
Más allá del horror, de la indignación, de los sentimientos, en cierta forma, fáciles, que nos asaltan a casi todos al conocer noticias de este tipo, yo me preguntaba quién es más digno de compasión, si la joven, convertida en chivo expiatorio de una concepción del mundo brutal, por primitiva (de nuevo recordaba el pensamiento de Teilhard: El mal es lo evolutivamente inferior);si sus jueces y verdugos, que muy probablemente creen estar haciendo lo "correcto", y convertidos por nosotros en chivos expiatorios que cargan con la sombra de nuestra brutalidad, de la brutalidad de todos, que es más fácil ver reflejada "allí" que "aquí"; o si nosotros mismos, sintiéndonos "virtuosos" en nuestra indignación, e incapaces de admitir en nuestro interior que hemos creado y mantenemos colectivamente una sociedad que ve más urgente realizar rescates billonarios de una banca corrupta que destinar recursos a condiciones de vida dignas, comida, educación, sanidad y justicia para nuestros semejantes. No por "ayuda humanitaria", sino por eso, por semejanza. Porque ellos (talibanes incluidos) son nosotros, y sus problemas, los nuestros.
No tengo la solución ni a los problemas de nuestro mundo ni al rostro torturado de una niña. Pero sé, íntimamente sé, que tengo una parte de responsabilidad en eso que ocurre, "allí" y "aquí". Y sé también que nuestra forma de vida, la de Occidente, esa que me permite ser mujer y, sin embargo, saber leer y escribir, reflexionar, haber superado enfermedades que me habrían matado hace años de vivir "allá", comer todos los días, sin pensar siquiera en ello, tener acceso a todo lo necesario y lo superfluo, y, en definitiva, poder estar sentada tranquilamente "aquí", escribiendo estas líneas; esta forma de vivir y de ser, digo, es producto de un plus que me regalan, se asienta sobre el trabajo y el sufrimiento de muchos de mis hermanos menos afortunados, y si se me da, si se me regala, debe ser para algo. No es un don gratuito.
No creo que se trate de desmontar nuestra forma de vida y retornar todos a un estadio anterior, porque este estilo de vida nuestro, con todas sus injusticias y defectos, sigue siendo, a pesar de todo, con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad, lo mejor que, en términos de convivencia, ha construido la humanidad, y debe ser preservado y ampliado y perfeccionado como una antorcha de esperanza para todos.
Digo, sin embargo, que esta vida privilegiada que se nos ha dado no es, en términos absolutos, "nuestra". Es para crear, para generar nuevas posibilidades, para adquirir consciencia, para vencer al miedo, para amar... Es para vivirla sabiendo que nuestra experiencia de vida, mayor o menor, pasará a formar parte del patrimonio de ese cuerpo místico que somos todos, allí donde somos uno la joven torturada, sus verdugos y nosotros, compartiendo en comunión esta experiencia de existencia humana.
Digo que, como los siervos de la parábola de los talentos, algo tendremos que hacer, algo tendremos que hacer con ese don, ese plus energético que se nos regala sin mérito por nuestra parte. Algo que haga que, en el acierto o en el error, en el triunfo o en el fracaso, nuestra pequeña, pequeñísima vida, constituya un aporte a una obra común. El nuestro. El que sólo cada uno de nosotros puede hacer, porque cada uno de nosotros es un individuo único que nunca, nunca más se repetirá en el universo.
Y digo también, a otro nivel, que la solución a los problemas generales pasa por nuestra integración interna, la de cada uno, y que, del mismo modo que un estado de opinión y, en definitiva, un nivel de consciencia colectivo, ha llevado a la igualdad jurídica, a la educación general, a la sanidad para todos y al respeto (relativo) a las minorías "aquí", en nuestro privilegiado Occidente, será un estado de opinión y, en definitiva, un nivel de consciencia colectivo el que llevará a la extensión de eso que ahora es privilegio de unos pocos, a todos nuestros semejantes.
Y digo que es responsabilidad de cada uno de nosotros ir más allá de la condena fácil y utilizar ese plus que se nos da para alcanzar, e irradiar, ese nivel de consciencia.