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domingo, 8 de agosto de 2010

El niño divino y el héroe

Leía el otro día un librito de Claudio Naranjo, "El niño divino y el héroe", y me interesaba su planteamiento de que, en los cuentos y, en general, en la literatura mal llamada "infantil", pueden encontrarse, a grandes rasgos, dos tipos de relatos, que él llama "patriarcales" y "matriarcales", sin importar si han sido escritos por hombres o por mujeres.
Los relatos patriarcales, según el autor, se caracterizan por la estructura "heroica", con un protagonista (él o ella) imperfecto en un mundo imperfecto. Es el deseo, el deseo de lo que no está, de lo que no es, pero que puede conseguirse, lo que lleva al héroe a emprender su travesía, su viaje iniciático, en el cual y a través del cual tanto el protagonista como el mundo cambian para mejor. Los relatos heroicos, que tienden a ocurrir en lugares lejanos, exóticos o mágicos, suelen tener, además, finales felices. Se desarrollan en el tiempo, con un argumento, en ellos pasan cosas, y prima el "hacer" sobre el "ser". Naranjo pone como ejemplo a las Crónicas de Narnia, de C.S. Lewis, o El Hobbit, de Tolkien, pero podríamos añadir muchísimos cuentos clásicos, así como mitos. En realidad, se trata de la estructura que describe Campbell en "El héroe de las mil caras", una estructura, por lo demás, prácticamente universal.
Los relatos matriarcales, por el contrario, suelen desarrollarse en el mundo de lo cotidiano, tener poco argumento, suceder prioritariamente en el presente y no plantearse el tema del cambio. Su protagonista, en efecto, no cambia. No tiene necesidad de cambiar. Es, desde el origen, un ser inocente. El niño divino. El arquetipo de la confianza sin esfuerzo, en contraste con la actitud esforzada del héroe. Donde el héroe aprende, el niño sabe, y donde el héroe transforma, el niño acepta. Naranjo propone los ejemplos del Principito, de Saint Exupery, o La familia animal, de Jarrel. Son historias donde el tema son las relaciones y el amor. El amor, incluso, por un mundo y unos seres imperfectos, que es una de las características del niño divino. Y la primacía del ser sobre el hacer. Los finales, además, suelen ser agridulces, con el regreso del niño divino a su lugar de origen, desde donde, sin embargo, continúa, de alguna forma, iluminando el gris del mundo con su existencia.
Son, creo yo, dos poderosos arquetipos, y dudo que podamos permitirnos prescindir de ninguno de ellos en nuestro psiquismo y nuestra vida. Y hay, además, relatos en los que ambos polos se integran. Donde hay lugar para el hacer y el ser, el cambio y la esencia, la aventura transformadora y el amor. Estoy pensando en una hermosa serie, los Libros de Terramar, de Ursula K. Le Guinn, y en su protagonista, Ged, primero aprendiz de mago, capaz de liberar sobre el mundo, en su orgullo y su habilidad sin control, un mal terrible, de partir luego e integrar en sí mismo ese mal (la sombra), haciéndose con ello más completo, de realizar las hazañas y transformaciones que demanda su mundo para cambiar a mejor, transformándose simultáneamente él mismo en ese hacer, y de renunciar luego a todo poder, acción y resultado, retirándose a una cotidianidad sin tiempo ni heroicidad junto a su compañera Tenar, la segunda protagonista de la serie, que también se ha despojado de todo poder ganando, en cambio, sabiduría y transparencia, en una de las historias de amor más bellas y sencillas que me ha sido dado leer.
Recomiendo, desde luego, en este tiempo de verano, a todos los aficionados a la literatura fantástica, esta serie, menos conocida que otras como El Señor de los Anillos, pero más sutil, delicada y, en cierto sentido, completa.
Por lo demás, ser y hacer, aceptar y transformar, buscar el cambio y amar, son polaridades que se suceden, se alternan, se integran y se transforman una en la otra continuamente en nuestra vida. Somos, debemos ser en simultaneo, niños divinos y héroes, honrando el hacer y el proceso que nos transforma y transforma nuestro mundo, y también nuestro ser, nuestra inocencia esencial e inmutable, desde la que surge todo amor. Los dos polos de nuestra humanidad y nuestra alma.