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jueves, 26 de agosto de 2010

El valor de contemplarme

Ah! Seigneur! donnez moi la force et le courage
de contempler mon corps et mon coeur sanz dégout!
(Baudelaire)

(Ah! Señor! dame la fuerza y el valor
de contemplar mi cuerpo y mi corazón sin repugnancia!)


Es duro aceptar la encarnación. Es duro conocerse, irse conociendo, irse haciendo consciente de quien uno es, y hacer la paz con ello.
El trabajo, el sencillo y terrible trabajo que la psicología analítica llama de integración de la sombra, que los griegos, en el templo de Apolo en Delfos, recomendaban con la frase "conócete a ti mismo", que Agustín de Hipona resumía en un escueto "obrar es pecar", va requiriendo más y más fuerza y valor a medida que progresa. Baudelaire lo sabía, Oscar Wilde lo sabía, y lo sabe cualquiera que, bajo el foco de la consciencia, se asome a los abismos internos.
Decía Jung, ese ambivalente maestro con un toque de sabio y otro demoniaco, que uno no se ilumina tratando de ascender hacia la luz, sino llevando luz a la oscuridad. No para transformarse. No para mejorarse. Sólo para verse... y saber.
Sí, conozco la teoría. Yo no soy eso que contemplo, sino el contemplador.
Pero entonces, ¿qué es eso que se puede contemplar? ¿Cómo puede estar fuera de lo que yo soy?
¿No será que el que contempla, lo contemplado y el acto de contemplar vienen a ser la misma cosa, y que esa cosa es el misterio en sí misma?
Sea como fuere, hoy, aquí y ahora, soy quien soy y estoy donde estoy.
Y, deliberadamente, quiero prescindir de toda teoría y de toda esperanza para quedarme con lo que es mi experiencia: la contemplación de lo que es, la terrible naturaleza de lo que es, y mi radical desacuerdo con eso que es.
La verdad, la pura verdad es que no nos gustamos. Seré más concreta: La pura verdad es que no me gusto. Que no me gusta mi cuerpo, que no me gustan los abismos de mi corazón, que no me gusta la realidad que vivo, que no me gusta tener que morirme. Y que cualquier posibilidad de hacer las paces con ello pasa por la honrada admisión de lo que digo.
¿Cómo podría gustarme? ¿Cómo podría gustarme la limitación? ¿Cómo podria gustarme no tener, no ser, todas y cada una de las posibilidades, y, por contra, estar confinada en esta realidad llamada mi vida?
¿Que no es así en verdad? ¿Y quién lo dice? ¿Yo misma, a veces, cuando la cortina de la limitación ondea y, por un momento, parece permitirme atisbar un panorama más amplio? Sí, pero no aquí, no ahora, no esta noche.
Hay, sin embargo, una paz extraña, un extraño amor y autorrespeto en rehusar creer lo que uno a veces cree, en asumir la disciplina de la descreencia, y quedarse a solas con uno mismo y con su disconformidad, sin disculparse por ello.
Hay un extraño sabor a integridad en "abandonar toda esperanza" y quedarse a vivir en la tierra de nadie, por todos los eones que haga falta.
Sí, hago mía esta noche, más allá del autoengaño y la falta de autenticidad, la oración de Baudelaire.
Y creo que ha de ser más grata a ese Dios de las profundidades que la deshonesta fuga en que nos refugiamos tantas veces.
Para no vernos. Para no ver.