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viernes, 27 de agosto de 2010

Del club de los poetas muertos...

Dos cuchillos en mi pecho,
uno blanco y otro negro.
¡Ayúdame!
Que el blanco se está muriendo...
(F. Merlo)


Dos poetas. Los dos, en distintos niveles y épocas, amigos míos. Dos que dijeron adiós en un punto tan temprano del camino que a veces parece que los he olvidado. No. De vez en cuando visito su recuerdo, y está tan vivo como entonces.

Ángel Rodríguez Díaz, Alín para quienes lo conocimos de niño, fue, junto a su hermano Luís, compañero mío de colegio. Lo conocí con cinco años. Murió (¿se suicidó?) antes de los diecisiete. Su epitafio, dos versos suyos que reproduzco de memoria:
"Cien estrellas te miran.
Contemplan tu silencio... "

Y uno de sus poemas:

Alguien
– uno de tantos –
dejando su copa vacía
– por enésima vez –
ensordecido por la música
cegado por los focos
pensó que no era nada
y vio que no era nada.

(Ángel Rodríguez Díaz:
Apuntes. Cuadernos del Sur)


Fernando Merlo pertenecía, con Gloria, su hermana, a mi grupo de amigos del tiempo de la (primera) carrera. Como un Dionisos joven, era guapo, lúcido, oscuro y transgresor. En la última época de su vida tenía un bar (El Túnel) en el que nos reuníamos en tertulias interminables, en las que se hablaba de lo divino y de lo humano, se bebía absenta y, a veces, cuando alguien traía, se fumaban canutos.
Con veintinueve años, apareció muerto en ese mismo bar, junto a una jeringuilla.

Dos poemas suyos, espléndidos, de talante muy "fernandino", y un soneto estremecedor, "A mis venas", venas que recorría con frecuencia la heroína que se lo llevó.


Porque yo soy poeta
incluso cagando
quiero dar,
os doy,
una poca de mierda.

La demás para mi.



Acostarse es muy fácil, facilísimo
arrojar la esperanza a la basura
cuando, al fin, ni se siente ni se suda
amor, y el hombre se congela vivo.

Pero yo, os lo juro, no estoy muerto;
y no le coloquéis a mis poemas:
(Aquí yace F. Merlo, fue poeta.)
(Poeta, sí, pero poeta con dos cuernos

enormes, como dos armas en vilo
dispuestas a morder, con agravantes
de chulo, de vulgar, y de asesino

de congéneres cursis, de elegantes
poetisos de salón.) Ahí queda el tiro,
y a quien le haya jodido que se aguante.


A mis venas

Estos cauces que ves amoratados
y de amarillo cieno revestidos,
eran la flor azul de los sentidos,
que hoy descubre sus pétalos ajados.

Besos verdes de aguja en todos lados
hieren la trabazón de los tejidos
y denuncian los brazos resentidos,
la enigmática piel de los drogados.

Las que llevaban vida y alimento
son tibias cobras de veneno breve,
blanco caballo con la sien de nieve.

Trotando corazón y sentimiento
que por las aguas de la sangre vierte
con rápido caudal la lenta muerte.

(Fernando Merlo: Escatófago)



Se llevó a varios más, no sólo a éstos, aquella bohemia progre y provinciana.
Los sigo amando a todos. A los que se fueron y a los otros.

(Poemas tanto de Ángel como de Fernando aparecen en el disco de Aguaviva "Poetas andaluces", que recoge una época irrepetible.)