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lunes, 23 de agosto de 2010

Helen Luke: Sufrimiento

Mater misericordiae, maestra, amorosa personificación de la anciana sabia, Helen Luke es una de mis autoras de referencia.
No necesito ni estar de acuerdo con lo que escribe (de hecho, a veces no lo estoy). Me basta (como me sucede con su compañero del alma, Robert Johnson) con la irradiación de lo que ella "es".
El único libro que le conozco en castellano es "La vía de la mujer", publicado por EDAF y casi imposible de encontrar actualmente. Como creo que vale la pena dar a conocer su pensamiento, de vez en cuando publicaré algún texto o extracto. Lo que sí que he encontrado alguna vez por la web, creo recordar, es alguna entrevista. Leerla siempre es, al menos para mí, un regalo.

SUFRIMIENTO

"...Existen dos clases de experiencia que llamamos sufrir: una que es totalmente improductiva, un estado neurótico de depresión sin sentido, y otra que constituye la condición esencial de cualquier etapa del camino de lo que C.G. Jung llamó individuación. Tal vez las imágenes de peso bajo las que caemos y actuamos llenos de autocompasión, o de peso que sobrellevamos con plena conciencia, pueden ser una orientación en momentos de oscuridad... Ninguna oportunidad es demasiado pequeña para elegir entre el sufrimiento y la depresión.
Profundamente enraizada en la psique infantil el presupuesto... de que la cura para la depresión consiste en sustituirla por sentimientos placenteros y felices, cuando la única cura válida para cualquier clase de depresión se halla en la aceptación del sufrimiento real. Salir de ella por cualquier otro medio es un simple paliativo y sienta las bases de la siguiente depresión. Absolutamente nada la ha sucedido al alma. Las raíces de todas nuestras neurosis residen aquí, en el conflicto entre el anhelo de evolución y libertad y nuestra incapacidad o rechazo de pagar el precio en este tipo de sufrimiento que desafía la supremacía de las demandas del ego... El ego soportará las peores agonías de infelicidad neurótica antes que un instante de aceptación de la muerte de ni siquiera una parte de su exigencia o de su sentimiento de importancia. Podemos hacer algo para seguir la pista de algunas de las evasiones continuas del ego, descubriendo nuestro miedo a la humillación. De este miedo de degradación a nuestros propios ojos y a los ojos de los demás, real o imaginado, proviene el peso muerto de los cambios de ánimo y de la depresión. Para la persona verdaderamente humilde, no existe la humillación. Es imposible humillarla o que sienta humillación, porque ya no tienen significado para ella las "categorías" del prestigio... Pero la vía de la humildad atraviesa el dolor de la humillación aceptada. En el momento en que la tomamos y la sobrellevamos sin ningún movimiento de autodestrucción, dejamos de ser humillados y empezamos a sufrir...
Si no tenemos un sobresaliente o al menos un notable en cada uno de los aspectos de la vida, nos culpamos a nosotros mismos. La tensión puritana de nuestra herencia refuerza esta actitud hasta tal punto que es posible que incluso nos permitamos en el trabajo de nuestra vida interior generar un falso sentimiento de culpabilidad sobre nuestras debilidades físicas y emocionales. Por supuesto, a un nivel es verdad que esta clase de síntoma, físico o psicológico, constituye una clave para el trabajo del inconsciente que debe llevarse a cabo en el momento oportuno. Pero si sentimos que ese tipo de culpabilidad mortal simplemente significa que no podemos aceptar nuestra condición humana, que hemos dado vía libre a la hubris y estamos diciendo inconscientemente "debo ser como Dios, libre de toda debilidad", olvidando lo que le sucedió al propio Dios en la cruz. Las claves deben trabajarse, pero el mismo síntoma es algo que debe aceptarse total y libremente sin culpabilidad egótica o ninguna demanda de ser liberado de él.
La esperanza de la liberación es otra cosa natural y justa, como también lo son los esfuerzos para salir de la enfermedad o de un determinado estado de ánimo...De hacho, las dos actitudes son una, y la aceptación real nos conducirá a buscar la vía adecuada (de tratamiento o cura).
Por grandes que puedan ser nuestros esfuerzos para lograr esa actitud consciente hacia el sufrimiento, no podemos tener éxito sin una toma de consciencia de que, a pesar de la aparente falta de sentido, siempre existe un significado implícito universal, incluso en sobrellevar las pequeñas desgracias. Cada vez que una persona cambia la depresión neurótica por el sufrimiento real, está compartiendo en alguna medida la carga del sufrimiento de la humanidad, sobrellevando una mínima parte de la oscuridad del mundo... El significado ha entrado en la experiencia... El más mínimo consentimiento al dolor denso y agudo del sufrimiento objetivo en el asunto aparentemente más trivial puede tener una influencia, como dice el sabio chino, "a una distancia de mil leguas". Podemos estar completamente seguros de que, en alguna parte, se ha aligerado una carga gracias a nuestro esfuerzo...
Lo mismo que no existe cura para una clase inferior de amor, excepto un amor mayor y más consciente, no hay cura para el llamado sufrimiento inferior, excepto una clase mayor de sufrimiento. Es posible mediante una intensa atención consciente pasar a través de esta puerta a un sufrimiento más agudo, que está vinculado al todo, y entonces ocurre algo extraño. Hemos aligerado el peso, y en lugar de ser aplastados por él, lo encontramos extraordinariamente ligero: "Mi yugo es suave, y mi carga, ligera". El dolor permanece, pero es más como la punzada de una espada que un peso. "Y a tí misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones" (Lucas, II: 35). Estas son las palabras proféticas que el sabio anciano Simeón dijo a María... Veremos sangre vertida, sangre del sacrificio, y así podremos experimentar la alegría, no sólo sentimientos agradables y evasión.
En el ser humano existe un temor a la alegría tan familiar como el temor a sentir dolor, porque la verdadera alegría excluye el sentimiento agradable de autoimportancia, lo mismo que el sufrimiento excluye todos los consuelos de la autocompasión. Nadie puede conocer lo uno sin lo otro. Aquí es importante discriminar entre la falsa alegría y el complejo de mártir, por una parte, y la alegría que está al otro lado de la cruz. Cristo no fue un mártir que fue cantando a la muerte. Si nos sorprendemos sintiéndonos nobles a cuenta de nuestro sufrimiento, podemos estar perfectamente seguros de que nos hallamos simplemente ante la vieja trampa de salir de la depresión hacia el sentimiento placentero, que es tanto más peligroso cuanto que está disfrazado de noble.
El sufrimiento real pertenece a la inocencia, no a la culpabilidad. Mientras nos sintamos desgraciados porque estamos llenos de remordimiento y culpabilidad o vergüenza por nuestra debilidad, todos nosotros vivimos una pérdida de energía vital y, en este caso, no tiene lugar ninguna transformación. Pero en el instante en que aceptamos objetivamente la culpabilidad y la vergüenza, nuestra parte inocente tenderá a sufrir, el peso se convierte en una espada, sangramos y la energía vuelve a fluir dentro de nosotros en un nivel más profundo y consciente. Ése es el arrepentimiento real como algo opuesto a la vergüenza centrada en el ego, porque implica reconocimiento de la verdadera culpabilidad que yace siempre bajo nuestras evasiones de la conciencia objetiva. Sólo cuando nuestra parte inocente comienza a sufrir, hay vida y creación dentro de nosotros y a nuestro alrededor, pero, en general, preferimos permanecer encerrados en este círculo vicioso y totalmente improductivo del remordimiento y de la complacencia superficial, seguidos por una repetición del pecado, más remordimiento, etc. En el Libro de Job, la condena de Dios recae sobre la racionalidad complaciente de los falsos consoladores que aseguran a Job que probablemente no estaría sufriendo si no fuera moralmente culpable. Para Job, sufriente aunque inocente, la respuesta de Dios es simplemente manifestarse a sí mismo en su infinito poder y gloria, más allá de toda explicación racional.
En esta época, en la que los medios de comunicación nos traen diariamente la visión y el sonido de los espantosos sufrimientos de los inocentes, todos nosotros tenemos una gran necesidad de recordatorios de la única forma por la que podemos contribuir a la curación de la terrible escisión de nuestra época.... Cuando un ser humano acepta la responsabilidad de su ceguera sin ninguna falsa culpabilidad, incluso en las cosas más pequeñas, se desmoronan la autocompasión y las proyecciones de culpabilidad sobre los demás o sobre Dios, y queda reforzada en nuestro entorno la felicidad más allá de los opuestos... Así pues, sufrimos la espada de la objetividad sin rechazar nada, de forma que la curación pueda alcanzar "los corazones de muchos", sin nuestra intención consciente. Esto sucede... en la medida en que se han experimentado conscientemente la bendición y la maldición como una sola cosa en la psique. Es una experiencia que, como C.G. Jung escribió en Mysteriun Coniuctionis, alcanza a "la persona en calma, la persona que constituye el sentido del mundo".
...La palabra pasión, procedente de la palabra latina passio, significa sufrimiento, y se utiliza para describir los sufrimientos de Cristo. Normalmente, esta palabra se aplica a cualquier emoción que va más allá de los límites de la razón, consumiendo y poseyendo al ser humano de tal forma que se halla en estado de "entusiasmo", que, en su significado literal, es el estado de estar lleno de Dios, ya sea el Dios de la cólera, del amor o del odio.
Cuando el sufrimiento irrumpe en el pequeño contexto personal y expone al ser humano al dolor y a la oscuridad de la vida misma, queda abierto el camino a ese último estado de pasión que está más allá de todas las pasiones del deseo. Allí, estando completamente vacíos, como Cristo estaba vacío cuando gritaba "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", puede finalmente llenarse con la totalidad del mismo Dios."
(Helen Luke: "Sufrimiento", en "La vía de la mujer")