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jueves, 12 de agosto de 2010

Será lo que será

En psicología, ciencia multiparadigmática para los optimistas y preparadigmática para los otros, hay quien se refiere a las distintas teorías y orientaciones como "mitos terapéuticos", es decir, formulaciones más o menos afortunadas cuya única pretensión debe ser el resultar útiles para los terapeutas que se sienten, digamos, a gusto encuadrándose en alguna de ellas, y para los pacientes, que ven en casi cualquiera una explicación convincente de lo que les sucede y de cómo librarse de ello.
Sin entrar ni salir en la absoluta o relativa exactitud de lo anteexpuesto, he de decir que con las orientaciones espirituales tiendo a pensar que ocurre lo mismo que con las psicológicas. Que todas las formulaciones del... vamos a llamarle camino espiritual, incluidas las que niegan que haya tal camino, me suenan a poemas, a formas de aludir a lo que no tiene alusión posible, a mitos para buscadores, útiles para lo que son útiles y para de contar.
No significa eso que no me parezcan bellas, importantes y esclarecedoras. Ni significa tampoco que no las use. Otro tema es que me las crea. O que me parezcan más o menos verdaderas.
La realidad es que sobre ese tema, sin duda el que más me interesa en esta vida, me importan crecientemente un rábano las teorías y formulaciones. Porque lo que realmente me importa es andar con la nariz pegada al suelo rastreando, rastreando un cierto olorcillo que mis tripas identifican como a verdad. El rastro del Amado, por utilizar uno de los muchos idiomas posibles en estos asuntos. O el rastro de la cosa, del asunto, de eso. De Eso, qué demonios. Y a ese rastro (por cierto, cada vez más... inconsutil) me atengo sin miedo a contradecirme, a pasar de vía directa a etapas, de camino cristiano a budismo, de advaita a deísmo bakti de lo más chato, de mito a misticismo, de vía ascendente a vía descendente, de mano derecha a mano izquierda, de Jung a Nisargadatta, Liquorman, Adyashanti o Juan de la Cruz, según lo que en cada momento me exprese con más claridad.
Ya sé, ya sé que cualquiera que entienda un poco de estos asuntos va a poner el grito en el cielo y a decirme que así no voy a ninguna parte. Que hay que sentarse en una única silla , seguir una única práctica, y perseverar para llegar a alguna parte en el curso de esta vida. Pero yo, nada, tan terne. Sin hacer ni pastelero caso a nadie, oye, que así me van las cosas, a mis años y tan escasísimamente iluminada. Pero es que cada vez que he intentado desviarme de mi manera de hacer, ser y sentir (y lo he hecho muchas, muchísimas veces) para hacer lo que se supone que hay que hacer, siento, noto y mi nariz me indica que pierdo la autenticidad, el norte, la brújula y hasta la escóbula. De modo que me he resignado a perderme yo solita y encontrarme (cuando puedo) yo solita también, lo que no significa que no atienda, aprenda de y esté inmensamente agradecida a los compañeros de viaje que en tramos del camino (a veces largos) me acompañan por sus vericuetos, a los maestros que me dan señales y me pegan toques, y a los que a veces son una cosa, a veces otra y a veces ambas. Ellos y ellas.
He notado, además, que en mis vagabundeos por (espero) el dharma, hay una pauta. Un ciclo, por así decir, y que ese ciclo es espiralado. Que pasa, a veces, por los mismos, o parecidos, "lugares" internos, pero a distintos niveles de profundidad. Y que en mis (obsesivas y recurrentes) lecturas de esas formulaciones a las que he llamado "poemas", de pronto descubro indicios que resuenan con lo que "experimento". Reconocimientos del paisaje. Y me siento aliviada. No estoy loca del todo, ni totalmente extraviada. Alguien, antes que yo, ha pasado por aquí. Y ha dejado un rastro de piedrecitas blancas, Dios lo bendiga.
Siento, por otra parte, que cada vez busco menos, y que, en cambio, "algo" parece atraerme como sobre raíles en una dirección inevitable. Que sea o no "la" dirección, como dice la canción, ya mañana se verá. Y será, será lo que será.
Con o sin lenguaje desenfadado, esto, este rastrear algo que no sé nombrar, pero cuyo aroma ha llenado mi vida, pasa en este momento por la vía del amor. Del amor al mundo y a todos y cada uno de los seres que lo constituyen. De saber, sentir en los huesos, que todo y todos somo un único cuerpo místico, la red de Indra de la mitología hindú, formada por joyas cada una de las cuales no es más que el reflejo de todas las demás. De saber que soy, como decía Borges (cito de memoria), "todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todos las mujeres (hombres, en mi caso) que he amado, todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados...", todos y cada uno de vosotros, los espejos donde me veo reflejada, la gente que "atraigo" a mi vida, porque en realidad son yo, todo lo que veo, pienso, percibo, amo, odio... todo eso que es yo. Y viceversa. Y en eso, en el centro mismo de todo eso, y siendo eso, Eso.
Y así vamos, caramba. Habrá que ver... a dónde vamos, eso sí.