Estoy obsesionada contigo.
Eso no quiere decir que piense mucho en ti. Por el contrario, pienso más bien poco. Y es ese mismo pensar poco, querida (permíteme, te lo ruego, llamarte así), lo que delata la inmensidad, la infinita profundidad de mi miedo. Y de mi negación.
Pero estoy obsesionada contigo.
Incluso cuando evito reconocerte, cuando miro para otro lado las mil y una ocasiones en que nos cruzamos, los casi accidentes de tráfico, las casi enfermedades graves, las casi fatales imprudencias, golpes, caídas, los casi muchos años que te van acercando lenta pero seguramente, aún si por algún azar o destino me continuara librando de todos los casi más o menos prematuros.
Qué frágil, qué insegura, qué inútil, en definitiva, esa negación incapaz de ocultarte.
Escarbo apenas en mí y te descubro allí, tranquila y paciente, sin necesidad de llamar una atención que, en el fondo, sabes que es tuya por derecho.
Ando viviendo, inconsciente, mi muy ocupado día, y una llamada telefónica me recuerda que existes, que operas, que te has llevado a alguien a quien yo quería.
Que eres capaz de llevarte a alguien a quien no pueda soportar que te lleves.
Que te me llevarás.
Estoy obsesionada contigo, porque no consigo tolerar la idea de perder.
De perderlo todo.
De perderlos a todos.
De perderme a mí misma.
(A.S. : Cartas a la Muerte)