Cuanto más observo, menos salgo de mi asombro.
Del asombro que me produce el enorme, el decisivo, el ignorado peso en mi vida, de aquella niña que, durante tantos años, no sé dónde, en qué recoveco de mi alma, ha andado escondida.
La niña de la fotografía.
Y su vulnerabilidad.
Y su inocencia.
Y su dulzura, tanta veces escarnecida.
Bienvenida, querida.
Bienvenida, de nuevo, a tu casa.