Y, además de todo lo anterior, me llevaría conmigo a mi muerte una gratitud inmensa por el amor y la amistad de un puñado de seres humanos. Los amados y amadas de mi corazón. Aquéllos, vivos y muertos, que, con el don de su presencia, iluminaron y dieron calor a mi alma. Aquéllos que lo siguen haciendo.
(Dedico esta pequeña entrada a mi amadísima amiga Pepa, maestra de sencillez y transparencia, de quien aprendí cuán llena de valor y de gracia pueden estar la vida y la muerte de un ser humano. No tengo palabras, querida, para expresar lo que has significado, lo que sigues significando para mí.)