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domingo, 29 de enero de 2012

Una de Correcaminos y Coyote

"No merezco este premio. Pero, a fin de cuentas, un amigo mío tampoco se merece una diabetes y se la acaban de diagnosticar."
(Woody Allen, en el discurso de recepción del premio Príncipe de Asturias. Citado de memoria.)


Era yo todavía una niña, seguramente.
No recuerdo el lugar, ni la situación, ni de qué trataba la historieta de dibujos animados que estaba viendo en TV y que -eso sí lo recuerdo- era de Correcaminos y el Coyote.
No recuerdo de qué trataba, pero sin embargo, una escena de la tal historieta, una escena que apenas debió durar unos segundos, se me ha quedado grabada para toda la vida, y aún ahora, décadas después, sigue en mi memoria con la misma sorprendente frescura con la que lo vivió la niña que fui.
Estaban Coyote y Correcaminos enzarzados en su eterna batalla cuando, en un momento dado, y a raíz de no podría decir qué inmensa putada recibida por el hambriento cuadrúpedo de parte del sonriente avestruz, el lastimado Coyote saca un cartelito, a modo de minipancarta, en el que se lee escuetamente: "¿Por qué yo?". A lo que Correcaminos responde con otra pancarta similar, donde reza: "¿Por qué no?".
¿Por qué no, en efecto?. La Amelia niña aceptó de inmediato lo certero del razonamiento. Y, desde entonces, casi (sólo casi) cada vez que la vida me ha servido en bandeja una cabronada o -lo que para el caso, es lo mismo- el regalo de un suceso afortunado, me vienen a la memoria los dos inefables personajes y su mudo diálogo.
Y también, cada vez que un paciente me realiza en consulta la eterna pregunta -cosa que, por cierto, sucede casi todos los días- vuelvo a recordar para mis adentros lo que el bípedo plume enunciaba con brevedad y concisión.
¿Por qué a mí?. ¿Y por qué no a mí, al fin y al cabo? No hay más respuesta que esa respuesta. Ni karma, ni culpa, ni mérito ni demérito. Por qué no, lo bueno, lo malo y lo de enmedio.
Sobre todo, teniendo en cuenta que cuando es el prójimo el que recibe una buena somanta de hostias del género de las que las circunstancias sirven con tanta liberalidad por doquier, es decir, cuando es otro el jodido, casi nunca tenemos a bien preguntarnos "¿Por qué él?" o, más concretamente, "¿Por qué no yo?". Con lo sano que sería reflexionar al respecto.
Y que nadie me venga con el asunto justificatorio de que en realidad nadie goza ni sufre, y que dado que todos somos uno, no importa blablabla, porque yo también he leído todo eso, y sin discutir ahora su realidad o irrealidad en última instancia, hacen falta muchos huevos (de avestruz y aún más grandes) para recordarse tal cosa cuando se te achicharra un hijo en un incendio, o te diagnostican un cáncer de páncreas, o te tiran del curro, o... (póngase lo que a cada cual le resulte más pavoroso, cutre o desagradable). Esa filosofía se utiliza, cuando se utiliza, sobre todo para las desgracias ajenas.
De modo que ¿Por qué no a mí, a fin de cuentas?. No parece haber respuesta más satisfactoria.
Así que mejor comérselo con patatas y preferiblemente con algo de humor negro, si la circunstancia da para ello (que muchas no dan).
Amor fati, lo llaman. O, en lenguaje llano, qué remedio.
Y a apencar con lo que haya, y a hacerlo lo mejor que se pueda.
Y punto.