"Hay un vicio del que ningún hombre del mundo está libre, que todos los hombres detestan cuando lo ven en los demás y del que apenas nadie... imagina ser culpable. ... No hay defecto que haga a un hombre más impopular, y ninguno del que seamos más inconscientes en nosotros mismos. Y cuanto más lo tenemos en nosotros mismos más nos disgusta en los demás. El vicio al que me refiero es el orgullo o la vanidad, y la virtud que se le opone es... la humildad... (El orgullo) es el estado mental completamente anti-Dios...
Si quereis averiguar lo orgullosos que sois lo más fácil es preguntaros: "¿Hasta qué punto me disgusta que otros me desprecien, o se nieguen a fijarse en mí, o se entrometan en mi vida, o me traten con paternalismo, o se den aires?" El hecho es que el orgullo de cada persona está en competencia con el orgullo de todas las demás... el orgullo es esencialmente competitivo... por su naturaleza misma... no deriva de ningún placer de poseer algo, sino sólo de poseer algo más de eso que el vecino. Es la comparación lo que nos vuelve orgullosos: el placer de estar por encima de los demás... Puesto que, naturalmente, el poder es lo que el orgullo disfruta realmente: no hay nada que haga que un hombre se sienta superior a los demás como ser capaz de manipularlos como soldados de juguete... El orgullo siempre significa la enemistad: es la enemistad. Y no sólo la enemistad entre hombre y hombre, sino también la enemistad entre el hombre y Dios... La auténtica prueba de que estamos en presencia de Dios es que, o nos olvidamos por completo de nosotros mismos, o nos vemos como objetos pequeños... Y es mejor olvidarnos por completo de nosotros mismos... Porque el orgullo es un cáncer espiritual, devora la posibilidad misma del amor, de la satisfacción, o imcluso del sentido común...
Cuando nos deleitamos enteramente en nosotros mismos y el elogio no nos importa nada, hemos tocado fondo...Por eso la vanidad, aunque es la clase de orgullo que más se muestra en la superficie, es realmente la menos mala... Es un defecto, pero... incluso... un defecto humilde. demuestra que no estás del todo satisfecho con tu propia admiración. Das a los demás el valor suficiente como para querer que te miren. Sigues, de hecho, siendo humano. El orgullo auténticamente negro y diabólico viene cuando desprecias tanto a los demás que no te importa lo que piensen de ti... Debemos tratar de no ser vanidosos, pero jamás hemos de recurrir a nuestro orgullo para curar nuestra vanidad: la sartén es mejor que el fuego...
Amar o admirar cualquier cosa que no sea uno mismo es alejarse un paso más de la ruina espiritual absoluta, aunque no estaremos bien mientras amemos o admiremos cualquier cosa más de lo que amamos o admiramos a Dios... Él y nosotros somos de tal especie que si realmente entramos en algún tipo de contacto con Él nos sentiremos, de hecho, humildes... alegremente humildes, sintiendo el infinito alivio de habernos librado por una vez de toda la necia insensatez de nuestra propia dignidad, que nos ha hecho sentirnos inquietos y desgraciados toda la vida... despojados de todos los vanos adornos y disfraces con los que nos hemos ataviado y con los que nos paseamos como pequeños imbéciles que somos..."
(C.S. Leiwis: Mero cristianismo)