Hay ritmos
en el hospital.
El ritmo de los días.
El ritmo de las noches.
Oleadas constantes
de médicos
-fonendoscopio al cuello-,
que preguntan, valoran, prescriben,
enfermeras con tensiómetros,
auxiliares
con comida, pañales, goteros,
celadores
que llevan, traen, transportan.
Se suceden los turnos,
la mujer vieja
duerme, come, defeca,
se despierta, delira,
me llama, me llama, me llama.
Hay una música
de batas blancas,
de puertas que se abren,
de radigrafías y tacs y gritos
y silencios
y tiempo.
Y yo.
A.S.
