En el suelo, al pie de una roca en la linde de la vereda, un puñado de vértebras de animal, tal vez arrastradas por el aguacero.
Blancas, límpidas, netas, semejan esculturas talladas en marfil por un artista de lo abstracto infinitamente delicado.
Una filigrana de vida antigua convertida en belleza por la mano maestra de la muerte.