Hay veces en que me gustaría tener un curro en el que no hubiera que pensar. Ni que prestar atención. Ni que comprometerse.
Algo mecánico, inocuo, sencillo.
Algo que no dejara este cansancio inmenso, esta sensación de estar intentando vaciar el océano del dolor humano con una cucharilla de café.
O de estar intentando pulverizar la roca de la estupidez humana con una lima de uñas.
Sin olvidar el propio dolor.
Y la propia estupidez.
Considerables, ambos.