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sábado, 1 de octubre de 2011

Mis hijos reflexionan sobre la muerte

XAVI
¿Qué podría tener? ¿Cuatro, cinco años?
Un día, se me acercó con aspecto grave y me preguntó:
-Mamá, ¿los viejos se mueren?
Puse el consabido tono adulto-condescendiente-para-todo-uso que la circunstancia requería, y contesté algo así:
-Sí, cariño. Los viejos, cuando han termindo todo lo que tenían que hacer, se mueren.
Xavi se quedó en silencio, reflexionando. Luego (aún recuerdo la expresión de su carita) me volvió a preguntar:
-Mamá, ¿y ya se ha muerto alguno?
Tuve que decirle que sí.
Y -como era inevitable- se produjo un cambio en su mundo.

BLANCA
En el supermercado.
Yo, con una lata de tomate triturado en la mano.
A mi lado, mi hijita, rubia y angelical, de más o menos cuatro años.
Arrastrando los pies, se acercó al estante de las verduras enlatadas un anciano de aspecto decrépito.
Mi hija se lo quedó mirando, puso expresión de sibila minúscula, y le soltó con tono oracular:
-Te vas a morir.
Me quedé congelada, el envase de tomate en el aire.
El viejo, tocado, se volvió hacia la niña y respondió con total seriedad (y un punto de cabreo):
-Ya lo sé.
Dejé la lata en su sitio, cogí a la criaturita de la mano y me alejé sin decir palabra.