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jueves, 27 de octubre de 2011

De la oscura sombra de la New Age

Dos aspectos de la New Age que me parecen terribles, por su absoluta inhumanidad, para con los demás y, finalmente, para con uno mismo:

A.- Responsabilizar al individuo de todo lo que le ocurre, desde un cáncer de páncreas a que le aplaste un techo de hormigón en el terremoto de Fukushima.
Job, el paradigma del inocente que sufre, se revolvería en su tumba.
Y es que una cosa es aceptar lo que es, y asumir la responsabilidad de afrontarlo, y otra la creencia simplista de que, si tengo un tumor, o una enfermedad mental, o padezco de reuma, es por mi horroroso karma, o bien porque guardo en mi corazón algún terrible resentimiento que me devora el chi y que se resolvería, sin duda, en un par de talleres de fin de semana, pero que yo, impenitente, me niego a trabajar por simple y malvada contumacia.
La inocencia herida, para el gato. Y lo que en lenguaje cristiano se llama la comunión de los santos, es decir, el hecho de que (además de individuos) somos un solo ser, para el otro gato. Y la empatía, ni saber lo que es.
Se trata, en realidad, de una fuga ante el horror de mirar de frente el rostro de la vida, y de asumir que, por más vegetariano que coma y más positivo que piense, aquí, al final, no se salva ni dios. Porque esto es la condición humana. Y porque el rostro de la vida es así. Y porque, como acostumbraba a afirmar una paciente mía (que decían que estaba loca), "el que no tenga, que espere". Que ya le llegará.

B.- Tener que ser siempre feliz a cascoporro, celebrar lo incelebrable, pensar positivo y negarse a ver otro color que no sea el rosa pastel.
Pretender que la vida sea un continuo sábado de primavera en el parque Disney de Orlando, demonizar los sentimientos negativos, la sombra, todo lo que duele y pincha y hiere, y empeñarse de manera machacona en que existen varas de una sola punta, monedas de una sola cara y luces sin rastro de oscuridades.
En definitiva, aferrarse a un opuesto negando el otro, y negando la totalidad que los abarca y trasciende.
Mejor sentir lo que uno siente, vivir lo que ahora ocurre y pensar lo que uno piensa, que cubrir la realidad insobornable con una gruesa capa de purpurina.
Cuando toca sufrimiento, pues toca. ¿Pasa algo?
Y, si no me toca a mí (de momento), ya les toca a otros delante de mis narices. No deja de ser una fuga, y además, despiadada, tapárselas para que no llegue el mal olor.
Prefiero el arquetipo del boddhisattwa, o de la Sofía gnóstica, que hacen voto de permanencia entre los que sufren, al autosuficiente iluminado solitario.
Debe ser por mi pésimo karma.