Llegar a cuarenta grados de termómetro sin que se sepa por qué, y sin que seis horas de todas las pruebas que se les ocurrieron a los del hospital lo justifiquen (finalmente se cansaron y me mandaron a casa con paracetamol y un antibiótico "por si acaso"), debe significar que hay mucha escoria que quemar.
En el alma.