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lunes, 16 de abril de 2012

Anima y animus I (Liz Greene)

"Las relaciones que contienen algún elemento de enamoramiento contienen inevitablemente proyecciones del ánima y el ánimus...la proyección interviene con toda seguridad en el "amor a primera vista", sin que esto quiera decir que tales proyecciones son dañinas o negativas. por el contrario, son un catalizador necesario para la relación, del mismo modo que la relación es un catalizador necesario para tomar conciencia de sí; la búsqueda de la pareja interior es la responsable de que nos arrojemos en brazos de la vida. El ánima y el ánimus son, de acuerdo con ello, guías en el sentido mas profundo, pues conectan al individuo con la vasta herencia de imágenes y experiencias colectivas que se yergen por detrás de su vida personal, y son, por cierto, los instrumentos del destino, que nos empujan hacia situaciones que de otra manera evitaríamos... y, con ello, evitaríamos toda ucha y toda toma de conciencia. Aunque las busquemos fuera de nosotros, esas parejas internas viven en nuestro interior, y nos impulsan a tener precisamente aquellas experiencias que se oponen a nuestros deseos conscientes. Continuamnte, el anima seduce al hombre, arrastrándolo al mundo oscuro del sentimiento y de la maraña emocional, que para su psicología natural es tan incómodo como la inmersión subacuática para un gato; y la mujer se ve continuamente atrída por el ánimus al aislamiento, a independencia y la realización de sí misma, que son la antítesis de su propensión instintiva a vivir la vida por mediación de relaciones personales y de la identificación inconsciente con otras personas. Bien podemos, en ocasiones, sentr que con gusto cubriríamos de maldiciones a nuestros insidiosos guías, quienes, en lugar de aportarnos la felicidad, nos llevan, más bien, al borde del precipicio, y con frecuencia nos arrojan a él de cabeza, y sin embargo, sin ellos no habría crecimiento, ni gozo, ni comprensión, ni nada que autorizase a hablar de vida...
Como otras figuras arquetípicas, eñ ánima tiene dos rostros, y esto suele plantear un problema para que el hombre acepte conscientemente su valor, ya que si bien el lado "luminoso, creativo, inspirador y mágioo- puede ser digerido por él, con frecuencia el otro, más oscuro y m´s salvaje, no lo es. A esre último es mucho más fácil proyectarlo sobre mujeres reals y vivents, a quienes se ve como destructivas y devoradoras. Sin embargo, la luz no puede existir sin la oscuridad. El ánima encarna toda la experiencia colectiva que el hombre tiene de la mujer, y es, por consiguiente, un símbolo del principio arquetípico femenino; esta conectada con el parentesco y con el sentimiento, y personifica aquél aspecto del inconsciente del hombre que pugna por la unión con los otros...
En The simbolic quest, Edward Whitmont elabora una clasificación tentativa de lo femenino, tal como lo describe Toni Wolf. Se trata de una clasifcación arquetípica, que no cabe interpretar de forma demasiado litera, pero las mujeres tienden inconscientemente a identificarse con uno de estos cuatro aspectos básicos, o a encarnarlo. Y las mismas cuatro imágenes son también aplicble al ánim. Son las denominadas la Madre, la Hetaira, la Amazona y la Médium. Generalmente, uno de estos rostros del ánima se encuentra vuelto hacia arriba, hacia la luz de la conciencia de un hombre, y lo atrae hacia ese tipo de mujer, que se convierte para él en representante d lo femenino.
La Madre es una figura llena de cualidades protectoras, una figura que brinda atención y mimo. Su rostro luminoso es el del hogar y la seguridad, el del perdón y el consuelo.; es la encarnación de toda compasión y de toda sabiduría instintiva. Su rostro oscuro es el de la que posee, la que devora y destruye, la matriz sombría que aleja al hombre de la vida, adentrándolo en la muerte. El hombre que se tiene, él mismo, encadenado a esta imagen, que no puede entender las múltiples facetas de lo femenino, sino que está esclavizado únicamente a esta, terminará generalmente sintiéndosse atraído por mujeres que, efectivamente, pueden desempeñar con él el papel de madre, y se debatirá por lo común contra la dependencia, el desvalimiento y la parálisis que, llevada al extremo, entraña una relación así.
La Hetaira es una figura muy diferente, y las antiguas cortesanas eran símbolos adecuados de esta imagen del ánima. Mujeeres intelectualmente dotadas, cultas, poseedoras de sentido estético, dedicadas a los aspectos personales del amor y del cortejo, inestables, caprichosas, promiscuas y con algo de mariposas. El lado luminoso de esta imaegen es el del sentimiento refinado que abraza la cultura y el amor de la belleza. El lado oscuro es frío, despiadado, impredecible, engañoso y versátil, ncpaz de mantener jamás la lealtad en una relación. A un hombre subyugado por la imagen de la Hetaira, la mujer puede parecerle una mariposa deslumbrante, portadora de belleza, luz y colorido, pero indigna de confianza, cambiante como el viento, incapaz de ofrecer nada que se parezca a seguridad y arraigo.
La Amazona -nombre tomado de las guerreras de la mitología griega que adoraban a la diosa virgen- es una figura telúrica, fuerte y capaz, eficiente y práctica, que no retacea su apoyo y rebosa terrenal sabiduría. Su faz luminosa es la capacidad de hacer frente a la realidad, de tratar con el mundo material y sus complejidades, de ofrecer seguridad y estabilidad. La cara sombría es dominante, manipuladora, enérgica, limitadora, rígida, dogmática y esclava de la tradición y la ley. Es probable que el hombre a quien el ánima esclaviza en su fnción de Amazona busque relaciones en que su vida sea manejada y organizada con eficieencia por la mujer, dejándolo a él en libertad de correr en pos de su visión creadora. Si se la percibe negativamente, esta imagen puede manifestarse como un modelo aprisionante en una perpetua condición de niño, que permite al hombre no hacer nada por sí mismo.
La antítesis de l Amazona es la Medium, vidente y visionaria, la profetisa que puede desentrañar los secreyos del universo, que está en comunión con los dioses y cuyos dones son la espontaneidad, el júbilo, el éxtasis y el abandonarse al fluir del momento. Su dimensión iluminada le da el rostro de la intuitiva y la inspiradora, el cáliz del espíritu creativo; la faz oscura se muestra en ella como histeria, locura, caos, entrega frenética a las fuerzas de lo colectivo y a las potencias demoniacas de la visión y eldeliri. El hombre a quien el ánima somete en su condición de medium puede encontrarse con que ha allado una musa, alguien que en su vida es capaz de constitiirse en catalizadora de la expresión de la creatividad y del signifcado. Pero también puede encontrarse con que lo han sacrificado en el altar del caos, con que su voluntad y su personalidad y su necesidad de lograr en el mundo algo de valor se están desintegrando en un torbellino de fntasmagorías o en un mund onírico que terminaa induciéndole a creer que que se ha convetido en héroe sin haer cumplido la hazaña.
Las cualidades que se encarnan en esta cuatro figuras son aspectos de la psique inconsciente del hombre como tal. En su totalidad, estas figuras no pueden ser identificadas con una mujer viviente, porque son símbolos, pero algunas mujeres son mejor pantalla que otras para aceptar la proyección de uno u otro símbolo. El problema resida en llevar a la conciencia la sabiduría y a vida inherente a estos símbolos, porque pertenecen a cada uno de nosotros, y ningún hombre puede vvirlos externamente, por mediación de su pareja; si él ha de concretar el auténtico matrimonio interior mediante el cual se entra en relación con el ánima. Si el hombre intenta permanecer inconsciente, por lo común -de buena o mala gana- su compañera, que carga con el peso de la proyección, seguirá haciendo el pape de ánima para él. Tarde o temprano, esto producirá algún enredo emocional que lo arrancar´de su sueño y lo obligará a tomar conciencia de la mujer que lleva dentro de sí, y que secretamente dirige sus decisiones...
Ahora bien, sea cual fuera la imagen, un hombre jamás a encontrar´in toto fuera de sí mismo, porque ninguna mujer viviente puede dar cuerpo al mitológico espectro de opuestos contenido en el ánima. En un momento u otro, la mujer de carne y hueso no podrá menos que coger un resfriado, olvidar alguna prenda sucia en e cuarto de baño o dejarse sorprender en un momento de malhumor, con la crema nutritiva o los rulos puestos.
Ningún ánima que se respete se dejaría ver en semejantes condiciones. Muchos hombres sienten un curioso rechazo hacia los hábitos ordinarios de la mujer y sus atributos biológicos... porque todos ellos menoscaban la imagen que están proyectando sobre la mujer, y sirven para recordarles que ella es un ser humno y necesita una relación humana.
Hasta una mínima comprensión de algunas de las cualidades más personales del ánima puede ayudar un hombre a tomar mejor conciencia de las pautas que rigen sus relaciones. La experiencia de cólera, amargura, recriminaciones y agravios que se da cuando la mujer real y viviente no satisface la expectativas inconscientes del ánima es tan típica que apenas sí es necesario hablar de ella. ... y el resentimiento que emana de los supuestos y las expectativas nconscientes es como un efluvio nocivo que imposibilita la relación, y que sin embargo el hombre tiende a negar, cuando asegura que no está de mal humor, que no le pasa nada, y pide que ella le haga el favor de dejar de acosarlo con sus exigencias emocionales. Quizá solamente las mujeres, sensibles como son a este tio de atmósfera, sepan cuánt sufrimiento emocional se genera en esta especie de crítica tácita y de cllado desengaño. Si un hombre es incapaz de reconocer la difrencia entre su mujer y su ánima, y de rendir a cada una el honor debido, vivirá siempre esperando que la mujer esté a la altura de la imagen interior... cosa en la que ella, inevitablemente, ha de decepcionarlo."
(Liz Greene: Relaciones humanas)