Esta mañana he estado un buen rato hablando con la persona cuya operación presencié hace unos días.
Ya le han operado por segunda vez, y aún falta una tercera.
Hoy estaba allí el ser humano. El que tiene familia, hijos, trabajo, hipoteca, problemas, preocupaciones, amor por los suyos, temor al futuro...
Él, en la cama, cubierto totalmente de vendajes.
Yo, con pijama, gorro, mascarilla y guantes (los quemados mueren de infección. De microorganismos que aprovechan la puerta abierta de la falta de piel para colonizar todo el organismo. Cada vez que se termina de visitar a un paciente, y antes de acercarse al siguiente, es recomendable lavar y desinfectar las manos, cambiarse de guantes, de mascarilla, de gorro... Una rutina a la que los profesionales promnto se acostumbran).
Hemos hablado largamente.
Ha habido lágrimas, sonrisas e intimidad. La intimidad que se establece cuansdo se va directamente a lo esencial.
El verdadero trabajo, no obstante, comenzará cuando llegue el momento de levantarse y reincorporarse a la vida de todos los días.
Si sobrevive.
