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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Dios y todas las cosas

Va a ser que no me toca todavía.
Te amo apasionadamente.
A tí y a un montón de gente más.
A un montón de cosas más.
Sí, ya sé que todo eso que amo eres tú mismo (¿qué otra cosa va a ser?), pero la teoría habla de la necesidad del desapego, y yo, de desapego, estoy pez. Pez del todo. Es más, cada vez me apego más a todo y a todos. Sin vergüenza ni pudor.
Amo vivir, mi Dios, o como te llames. Amo esta porquería de vida que te has inventado, con sus putadas mil, sus sufrimientos, sus absolutas miserias, su injusticia y su desastre (sí, toda esa mierda es sólo desde el punto de vista humano, pero yo soy humana, así que ¿qué otro punto de vista quieres que tenga, aunque pueda entender los de los demás?). Y también con su belleza, su esplendor, su infinita dulzura, su gozo y su maravilla.
Quiero vivir, mi Dios. Quiero vivir-lo todo. Absolutamente todo. Que, al parecer, es lo que tú también quieres. Y, a la vez, quiero ser tú. Estar en tí. Ser tu esposa, tu amante, tu querida, tu madre, tu hija, tu tú mismo, y todo lo que se te ocurra. Quiero tu trascendencia y tu inmanencia, tu estar en-tí-mismo y tu vivir-nos a todos.
Quiero ser universo, planeta, estrella, sistema, cometa errante, piedra, océano, montaña, roca, cristal, viviente de todas las vidas, dentro y fuera, arriba y abajo, hombre, mujer, humana, animal, rica, pobre, amada, odiada, buena, mala, viva, muerta, ángel, demonio, cielo, infierno, una, muchas, todo, nada.
Tú, en suma, mi Dios.
Quiero hasta el úultimo pensamiento, el último sentimiento, la última acción de la última de tus criaturas.
Quiero estar aquí el primerísimo día que alumbraste al mundo, y también el último del último de sus momentos.
Quiero quedarme con el postrero de tus hijos en volver a tí, y quiero también acompañar al que primero llegó.
Te quiero a tí, mi Dios, en todas tus criaturas, en toda tu creación, en todo lo que soy, lo que son, lo que fueron, lo que serán todos y cada uno de tus hijos.
Y te quiero también en-tí-mismado, abismado en tu en-ti-mismamiento sin fondo, cuando (como dice uno de tus cantores) "absolutamente nada era conmigo".
Y, cuando hablo de que lo quiero todo, hablo de lo concreto. Del nacimiento y la muerte, el lento desgaste de la piedra, la virulencia de la vida microscópica, el increíble mundo de los hormigueros, el gozo de los peces, el vuelo de las aves, la ferocidad del tigre, el odio y el amor humanos, el sexo, la comida, la juventud, la vejez, la pujanza, el deterioro, el éxtasis, el dolor, el dolor, el dolor... el silencio, el silencio, el silencio.
Y esto, mi Dios, es lo que hay.
Así soy. Así me has hecho.
Tú verás lo que haces ahora conmigo.
Te amo. Mil veces te amo. Y en ese amor caben el odio, el deseo, la desesperación, la rabia, la descreencia y el abismo que llevamos dentro. Y también sus contrarios.
Te amo y te confundo con mis hijos, con mi gente, con los hombres de mi vida, con mis amigos, con los que me has encomendado... Te amo y te confundo con el mundo y conmigo, Señor de los mundos, Señor mundo, Dios del fragor y del silencio.
Me abraso en amor por tí y por todo.
Amor claro, oscuro, humano, animal, de piedra que espera sin esperanza.
Haz lo que quieras, Dios.
Sé lo que quieras.
Yo te sigo amando.