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martes, 29 de noviembre de 2011

Vivir con dolor

Me acaban de invitar a dar, dentro de unos días, una charla para personas que padecen dolor crónico.
Como a todo el mundo le ha dolido algo alguna vez, todos podemos tener un atisbo (no más que un atisbo) de lo que supone vivir con dolor, en muchos casos de una intensidad insoportable, las veintucuatro horas del día, todos los días del año, todos los años de la vida.
La limitación. La frustración. El agotamiento. La rabia. La depresión. La sensación de total injusticia. La incomprensión y el cansancio de los que uno quiere.
La hostia.
Llevo años trabajando con este tipo de pacientes. Y cada vez me parece más osado decirles nada.
Sólo me siento capaz de estar con ellos. Con ellos. En todo lo que pueda.
Y validar lo que sienten.
Y animarlos a que se permitan sentirlo.
Y, luego, a que se permitan otras cosas.
Las que vayan llegando.

(Por cierto, para aquéllos que crean que eso del dolor es algo superado, que se controla hoy en día en todos los casos tomando pastillitas, o gotitas, o poniéndose inyecciones, o lo que sea, que sepan que ni de coña. Hay muchos, muchísimos dolores que no podemos controlar con medicación. Ni con ninguna otra cosa. Dolores para los cuales la única herramienta de afrontamiento es la mente. Y gente corriente y moliente que se enfrenta día tras días a una tortura inhumana con unos cojones/ovarios del tamaño de una catedral. Porque es lo que les toca. Y punto.
Y es que, de nuevo, tiene bemoles, esto de la vida.)