"...Mi constante deseo ha sido llegar a ser santa; mas por desgracia, cuantas veces me he comparado a los santos, he comprobado que existe entre ellos y yo la misma diferencia que notamos entre una montaña cuya cumbre se pierde en las nubes y el humilde grano de arena pisoteado por los caminantes.
Mas en vez de desalentarme, me digo que es imposible que Dios inspire deseos irrealizables, y que a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Me es imposible engrandecerme; debo soportar tal como soy, con mis innumerables imperfecciones; pero quiero buscar el modo de ir al cielo por un caminito bien recto, bien corto, un caminito del todo nuevo. Estamos en el siglo de los inventos. Ahora ya no se necesita subir los peldaños de una escalera; un ascensor los reemplaza ventajosamente en la casa de los ricos. También yo quisiera encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la ruda escalera de la perfección.
He buscado, pues, indicaciones en los libros santos para hallar este eascensor. objeto de mis deseos, y he dado con estas palabras, salidas de la misma boca de la sabiduría eterna: "Si alguien es muy pequeño, que venga a mí.". Me acerqué, pues, a Dios, y adiviné que había encontrado lo que buscaba.; mas deseando saber todavía lo que haría con el pequeñuelo, he proseguido mis investigaciones y he aquí que he hallado: "Así como una madre acaricia a su hijo, te consolaré, te recostaré en mi seno y te meceré en mi regazo".
¡Ah, jamás se regocijó mi alma con palabras más tiernas, más melodiosas que estas!
Vuestros brazos, oh Jesús mío, son el ascensor que ha de elevarme hasta el cielo. Para esto no necesito crecer, sino al contrario, quedar pequeña, achicarme cada vez más. ¡Oh, Dios mío, habéis superado cuanto podía yo esperar, por eso quiero cantar vuestras misericordias!
"Me habéis instruido desde mi juventud, y hasta el presente he publicado vuestras maravillas; seguiré haciéndolo hasta mi edad provecta".
¿Cuál será para mí esta edad provecta? Considero que lo mismo puede ser ahora como más tarde; a los ojos del Señor, dos mil años son lo mismo que veinte... lo propio que un día."
(Teresa de Lisieux)