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domingo, 17 de junio de 2012

Se está sereno porque se tiene alma

"Hojeando mi diario, encontré esta anotción: ...He estado desesperado de mí todo el día. He mirado los años perdidos que no compensaré, lo poco que me queda por vivir, lo poco que podré hacer, la debilidad de mi espíritu, lo poco que sé y las mediocridades de mi carácter. Y a la amargura se sumaba la conciencia de que estaba pecando, pues es una bajeza desesperar de sí mismo.
Es difícil creer en uno mismo cuanto más se esfuerza uno por conocerse... Y sin embargo... "Conócete a tí mismo y conocerás el mundo y los dioses." Es, por consiguiente, que la luz del mundo y el poder de lo dioses están en nosotros, que cada uno de nosotros es un ser absoluto. Cuando renegamos de nosotros mismos, renegamos de nuestra parte divina. ¡Pero hay que saber el honor que uno se debe a sí mismo! Y que, en sí mismo, se debe al Universo.
Se siente constantemente la tentación de soltar la carga. De confiar al alcohol, a la carne, a las diversiones, a las falsas responsabilidades, al exceso de trabajo, a ciertas solidaridades, al militantismo, al dinero, al poder, en suma,  a cualquier clase de droga, la misión de ir llevando la carga a las mazmorras.
Hay otra tentación tan perniciosa como ésta: la humildad devota. Señor, no soy más que un imbécil, un débil, un mal hijo, un fracasado. Pongo mi ropa sucia entre tus manos adorables. Toma este paquete esponjoso, impregnado de mi húmeda devoción. Padre mío, renuncio. El pobre hombre arrodillado que soy yo, se esconde y se pierde entre los pliegues de tu divina túnica.
La cincuentena revela bruscamente un desierto: la cumbre desnuda de Chateubriand. Tuve un momento de miedo y me sentí tentado por la devoción húmeda. El orgullo (que no es habitual en mí) y la oración me han apartedo de ella. La oración no es una dimisión. Es una recarga. No es una esponja. Es una espada. Yo sé lo poco que soy, pero es preciso que este poco esté armado. Es preciso que este poco honre su espíritu, aunque sea limitado, y que asuma lo mejor que hay en él, aunque no sea sublime. En pocas palabras, que recobre su dignidad... Dios no ignora más que yo que quien se presenta ante él es muy poca cosa. Pero Él exige que esta poca cosa se presente dignamente vestida.
Hace poco, debí de tener de mí una visión ideal y falsa. Debí creer que había en reserva un Pawels más grande que Pawels. O tal vez, como un tonto, me creí más grande de lo que soy. Es difícil aceptarse a si mismo. Hay que poner empeño.
Por curioso que parezca, yo desespero menos de mí mismo desde que me he aceptado y he renunciado a la esperanza de sosrprenderme a mí mismo. Esto centra mi existencia, mis ideas, mis sentimientos y mis actos en un punto de reposo, de indiferencia, que es al mismo tiempo una fuente de energía.
Ecuanimidad ante las cosas y los acontecimientos y ante mí mismo.
He buscado transfiguraciones en toda clase de pasiones. En cuanto a los ascetismos elevados, a las cimas místicas, creo que no están en mi destino, más bien corriente. En el fondo, no espero nada del destino. Pero tampoco tengo medo. Ni esperanza ni miedo fueron divisas de caballería.

Ha sido conducido por su León
al desierto.
Donde no hay más que arena y huesos.
Y él no llora su soledad.
Secos los ojos por un sol blanco,
contempla la extensión infinita
y dice:
Extensión infinita,
enséñame.

Siempre aspiramos a algún cambio: del mundo, de los demás, de nosotros mismos.
Pero el gran cambio se produce cuando la identidad de las cosas y de ls seres humanos y nuestra propia identidad dejan de parecernos...
La serenidad no viene de afuera. A decir verdad, no viene de nada y todo le es contrario. Nada nos da un alma serena. Se está sereno porque se tiene alma. Sí, creo que esta es toda mi culminación posible...
Seamos lo que seamos, por poco que seamos, nuestro paso por el universo es una prueba de fuerza.  En la China antigua se decía que hay dos molinos que giran para todos nosotros, en el cielo y en la tierra. Si un hombre es un hombre, las muelas lo trabajan hasta su perfección. Si no lo es, lo destruyen.
Yo trato de colocarme de buena manera entre las dos muelas paara que trabajen con toda la perfección de que soy capaz, con la persona corriente que he recibido."
(L.  Pawels: Lo que yo creo)

NOTA: Este librito de Pawels fue escrito hace casi cuarenta años, y yo lo tengo (sus páginas amarillean) hace ya varias décadas también. Lo busqué el otro día (hacía muchos años que yo, que trabajo los libros y los temas por pasadas, no lo releía) para copiar el trocito de El jugador de croquet, de Wells, que aparece en uno de sus capítulos, y que sentí necesidad de publicar como entrada ante el ambiente preapocaliptio que parece envolvernos, y me quede enganchada al texto (al de Pawels) y lo releí entero.
Hay nobeza y dignidad en lo que dice, y a pesar de su tendencia marcadamente yang (y, por tanto, parcial, como todas), me ha sido útil y sanador leerlo en estas precisas circunstancias de mi vida.
Deseaba, simplemente, compartirlo. Es el testimonio de un hombre honesto y bueno.
Que no es poco.