Desde la cima
de la colina,
desde el alto lugar donde se accede
inesperadamente
un día,
se divisa el camino,
se puede
saber la dirección,
la probable tendencia,
y en cierta forma es fácil
decidir lo que el tiempo
ya ha decidido en cierta forma,
desde cierto lugar
al que tan sólo
se ha mirado a hurtadillas.
Decidirse con miedo.
Con dolor.
Con vértigo y con culpa,
Con compasión
por el dolor de todos.
Por el dolor
que a mí también me alcanza.
Y, sí, con una culpa
inevitable.
Pero el camino
desciende rumbo al valle.
Se pierde entre los bosques.
Atraviesa pantanos,
llanuras,
cordilleras.
El camino
se vuelve largo y lento,
se oscurece en las noches,
serpentea en las curvas,
oculta su sentido,
y con él nos perdemos.
Con él nos ocultamos.
Con él advienen el terror
y la duda.
El vértigo.
La pérdida
de toda referencia.
La persuasiva voz de la razón
en desigual combate
con la callada voz del alma.
A.S.