Hace unos días, un amigo me preguntaba si pienso como escribo. Esa pregunta, muy probablemente sólo puede hacerla alguien que tiene como función principal el pensamiento.
Y la respuesta es que no exactamente. O, más bien, que tanto mi pensamiento como mi discurso escrito son, en realidad, traducción de intuiciones.
Y es que mi función principal (en el sentido jungiano) no es, desde luego, el pensamiento, sino la intuición.
Yo me relaciono con el mundo, capto el mundo, primariamente, a través de la intuición. Así que se podría concluir que mi pensar (y mi escribir) es sobre intuiciones, que vienen a ser algo parecido a percepciones, pero no sobre las cosas mismas, sino sobre sus relaciones, sus potencialidades y lo que podríamos llamar su "alma".
Y las intuiciones se presentan a la conciencia como todos, como globalidades.
Que, a la hora de pensarlas y, claro está, de escribirlas, hay que "linealizar".
O bien, como trato de hacer la mayoría de las veces, se puede intentar transmitirlas usando el lenguaje de una manera casi pictórica, que más que decir, dibuje, bosqueje, apunte a la gestalt que es la intuición que se trata de traducir.
De modo que, como pensadora rigurosa, un desastre.
Y como otras cosas, también.