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miércoles, 4 de mayo de 2011

El sufrimiento que quema

Cuando trabajas en una profesión que te mantiene en continuo contacto con el sufrimiento humano, en ocasiones, lo imposible de la tarea, la impotencia, la tragedia abrumadora de muchos destinos, la injusticia y la implacabilidad de la vida, acaban quemándote.
Afrontar la inmensidad de ese dolor, con tus nimios recursos, es como estar al pie de la cordillera del Himalaya, tratando de desmontarla con una cucharilla de café.
Hay personas, en todo semejantes a mí, a cualquiera de nosotros, viviendo situaciones de una dureza tal, que resulta inimaginable que puedan soportarlas. Personas por las que lo único que puedes hacer es escucharlas, tratar de contenerlas en un nido de respeto y empatía.
Pero, en ocasiones, al acabar el día, estoy muerta de un cansancio no físico. Saturada. Incapaz de oir una sola desgracia más.
E incapaz, también, de aguantar tonterías sobre la ilusoriedad del mundo material y otras lindezas pseudoespirituales.
Y, entonces, lo único que me apetece es limpiarme el alma bañándola en algún aspecto de la belleza de la vida.
Y un poco de soledad.
Y silencio.