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jueves, 2 de agosto de 2012

La Traición Original

Al Amado (y Odiado) de mi corazón

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo, huiste,
habiéndome herido.
Salí tras ti, clamando, y eras ido.
(Juan de la Cruz)

Hace mucho tiempo que lo sé.
Pero hoy, de alguna manera, ese saber se ha hecho carne.
Ese saber ha prendido en mente, corazón, ojos, manos, entrañas, vientre, sexo.
Ese saber me ha tomado.
Tiene que ver, supongo, con un intenso proceso de trabajo interior. Y con un intenso proceso de trabajo con el cuerpo, a través, sobre todo, del masaje, con un terapeuta corporal excepcional.
Estaba en la camilla, y me dolía todo. Pusiera donde pusiera las manos el masajista, punto tras punto, dolía y doliá y dolía. También por dentro me dolía. Me dolían los chakras. Me dolía el alma. Él me animaba a gemir, a llorar, a expresar ese dolor sin retenerlo. Y yo me dejaba llevar en un viaje por mi mundo interno, en un estado de abandono creciente.
De pronto, conecté con la rabia. Una rabia inmensa, quemante, irracional. Una rabia absoluta, nacida de un dolor antiguo y grande. de un dolor que me ha acompañado toda la vida, todas las vidas, momento tras momento, sin descanso, sin consuelo, sin piedad.
Y yo, que llevaba meses trabajando el tema de la responsabilidad, de la toma de responsabilidad sobre todos y cada uno de los aspectos de mi vida, me di cuenta de que ahí, y sólo ahí, se detenía esa responsabilidad.
Porque mi rabia, y mi odio, y mi dolor, y el sentimiento de una traición íntima y total, tenían su causa en Dios. En Dios y su ausencia y su abandono.
Ese dolor se originó en la primera hora de la primera vida, cuando Dios, en cuyo ser estaba, me parió y me expulsó de su seno y me dejó abandonada en el mundo.
Cuando el Dios de mi corazón me traicionó.
Sentí, siento, sentiré hasta la consumación, ese vacío, ese desamparo infinito de la niña sola, sola, sola, en una realidad ajena. En una realidad que no es yo. Y odio. Un odio que no es más que amor, que deseo, que hambre, que necesidad de mi casa, de mi patria, de mi Amado y Odiado, por siempre y para siempre.
Y me di cuenta de que ese padre de todos los dolores es, en realidad, el único dolor, y que ese clamor por el Amado, esa búsqueda siglo tras siglo, vida tras vida, eón tras eón, es el clamor y la búsqueda que me mueve, y que mueve al mundo, esa demanda de complección a través de comida, de bebida, de seguridad, de caza, de sexo, de amantes, de trabajos, de esposos, de hijos, de conocimientos, de bien, de mal, de camino, de camino, de camino.
Me acordé de Job y el dolor de Job, y la negativa de Job a asumir la culpa por ese dolor.
Me acordé del dolor de la esposa del Cantar de Salomón. Me acordé de Juan y de Teresa.
Y de ti. Y de mí.
Y le odié. Y le amé.
Y le dije, completamente en serio, que yo estoy haciendo mi parte, lo mejor que puedo y que sé.
Lo demás, depende de Él.