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domingo, 20 de mayo de 2012

El chico que no quería vivir

I
Tal vez, llevaba tiempo planeándolo,
pero esa noche,
esa precisa noche,
lo decidió.

Se levantó temprano
-la casa estaba sola-
y lo preparó todo
con cuidado.

La silla,
una correa fuerte,
una crema cualquiera
para que corra bien el nudo...

Nada quedaba
por hacer.

Subió a la silla
-quizás entonces
le vinieron
los recuerdos
de aquéllos que lo amaban-,
ajustó la correa
y saltó
hacia el final
de todas las cosas,

porque ya
no quería vivir.
Ya no quería
seguir viviendo.

II
El cadáver
de un muchacho
sobre una mesa
de metal.

El cadáver
de un chico,
cubierto apenas
por una tela blanca,

los poderosos músculos
lívidos en la muerte,
los pies color de cera,
el rostro
un poco amoratado,
el cuello, fuerte,
extrañamente
limpio
de señales.

Fueron llegando
en oleadas
-su familia
donó lo que necesitaran
otros-.

Primero
se llevaron las córneas.
Yo vi cortar en círculo sus ojos.
(El humor vitreo
inundaba las cuencas.
La perla transparente
de un cristalino
quedó olvidada
sobre un paño.)

Piadosamente,
el cirujano
cosió los párpados
sobre los globos
destrozados,
hasta que pareció
dormido.

Después vinieron
por las válvulas
del corazón
(estaba muerto cuando lo trajeron.
No se podían,
ya, utilizar
algunos órganos),

abrieron
el tórax,
partiendo en dos
el gran tatuaje
que lo adornaba,
separaron
la piel, la grasa, el músculo, los huesos,
la gasa blanca
del pericardio,

trabajaron
a corazón abierto,
hasta extraer
los canales
flexibles
de las válvulas,

y luego lo cerraron
con un hilo de alambre,
para cubrir
esa herida terrible,
ese terrible
corazón
hecho pedazos.

Un médico joven,
tras rasurar los miembros,
fue cortando
largas tiras de piel,

y finalmente, un traumatólogo
extrajo huesos de marfil.

Córneas
para ofrecer a otros
la belleza
del mundo,

válvulas
por las que correrá otra sangre,

piel
que dulcemente vista
otra carne desnuda,

huesos
que fortalecerán
otros miembros.

Cuánta vida
del cuerpo mutilado
de un muchacho,

cuánto río de vida
de un cuerpo generoso,

el regalo
de amor
de aquéllos que lo amaron,

una corriente caudalosa
de gratitud
que guiará en la muerte
a un muchacho
del que jamás sabré ni el nombre
-"el donante",
lo llamaban
en el quirófano-,

un muchacho
que no quería seguir viviendo,

un chico
cualquiera
que ya
no quería
vivir.

(Al chico que no quería vivir.
A la inmensa generosidad de su familia.
A quienes trabajan para que lo que ya no necesitamos de nuestros cuerpos sirva a otros.
A los que recibirán ese don.
Con amor.)

A.S.