aenlibertad@gmail.com



Nuevo blog:

POEMAS Y TEXTOS (nombrando paisajes, misterios y silencios) ameliadesola.blogspot.com.es



sábado, 11 de septiembre de 2010

La vía del amor

Sin amor nada tiene sentido.
Con amor tiene sentido la nada.

Angelus Silesius


Estoy con Jung en que no es para mí la liberación a cualquier precio. Diré más: No es para mí pagar ningún precio por la liberación. Por una liberación, además, que (cada vez me doy más cuenta) no tengo ni la menor idea de en qué consiste.
Leo los textos de las tradiciones orientales, sobre todo los relativos a la vía mental, y -ahora, diré, porque existen los ciclos- no es sólo que los siento ajenos. Es que (¿me atreveré a decirlo?) me estremecen. Los siento... des-almados. Sin alma.
Leo -lo lamento, Endika- el consejo de que me despoje de mi humanidad, y me digo que eso sería como pedirme que vendiera mi primogenitura por un plato de lentejas. No puedo. No quiero.
Cada vez hay menos autores que me hablan a la profundidad. Silesius. La dama Juliana. Jim Marion, entre los contemporáneos... Gente que habla de la vía del amor.
¿Que los otros también? Puede, pero desde una perspectiva que no es la mía. O, tal vez, sencillamente, desde un nivel que -hoy- no es el que necesito.
La vía del amor. La vía del amor al cuerpo, a la naturaleza, a las piedras, al agua, a las estrellas y planetas, a las plantas, a los animales, a los seres vivos y a la vida, a los hombres y mujeres, a los niños, a todos y a todo, a todo lo que existe, a mí y a mi alma, y al alma y al espíritu de todo, y a Dios, y a la inmensa comunión, a la inmensa comunión donde todos y todo somos uno. Pero también donde todos importamos. Donde importa hasta la última hormiga, hasta la última hoja de hierba, hasta la última lágrima del último niño, hasta la más pequeña de las sonrisas, la más sencilla de las penas, el más olvidado de los anhelos.
La gente importa. Las cosas importan. Todo importa. E importa en su concrección, en su ser y su estar, en lo que le ocurre, en lo que piensa, siente, hace o es.
No me interesa un Dios indiferente a lo concreto, un Dios que desconoce mi humanidad, un Dios remoto en el abismo del no-ser, a menos que también, que también, ahora y siempre, esté, como yo quiero estarlo, presente, inmensamente presente, en el concreto ser de los seres, en el cuerpo, la mente, el alma, el espíritu, el ser y el existir de lo que es. Quiero un Dios que cuente hasta el último pelo de la cabeza del último de los seres humanos. Un Dios de la ternura. Un Dios que se encarne por amor, que por amor nos conozca, nos sienta, nos sea. Porque sólo ese Dios merece mi amor y mi lealtad y mi ser.