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lunes, 5 de julio de 2010

Como el Dante, pero en yo y en medio pelo

Si en otro momento de mi existencia he estado más perdida que ahora (esnortá, que dicen en mi tierra, es decir, desnortada, sin norte, sin brújula), vive Dios que no lo recuerdo.
"A mitad del andar de nuestra vida, extraviado me vi en una oscura selva", escribe Dante al comienzo de su Divina Comedia. La imagen es exacta, y describe a la perfección (textura selvática incluida, es decir, enganchosa y agobiante) un paisaje interior carente tanto de caminos como de horizonte, y cuya lobreguez produce miedo e indefensión. En lenguaje, digamos, más actual, ni p... idea de nada. Pero de nada, nada, oye. Ni en lo "espiritual" ni en lo conceptual ni, en lo de tejas para abajo, de pa dónde tirar en cosas de lo más concretito.
¿No quería yo mudarme a vivir a la frontera? Pues toma, rica. Por lista. Toma frontera y alambre de espino y guardia fronteriza incluidos. Y toma no-saber para desayunar, comer, merendar y cenar. Y toma desorientación y noche oscura (lo menos poético de este mundo, tú, esto de la noche oscura). Y jártate de no creerte ni la hora que marca el reloj, y, lo que más fastidia, de no creerte que alguna vez, en esta o en otra o en cualquier vida o muerte o mediapensión, te vas a enterar de algo referente a lo que sea. Un cuadro, vamos.
Y, sin embargo... sin embargo, en medio de una mala milk que pa mí se queda (pa mí y pa los que tienen el mal karma de tratarme de cerca en esta temporada), hay una profunda sensación de... justeza. De estar donde tengo que estar (es decir, en medio de ninguna parte), haciendo lo que tengo que hacer, que es ni más ni menos que este solitario streap tease de fes, de convicciones, de esperanzas, de futuros, de estructuras, de imágenes del mundo y de la vida, de cómo soy y/o debo ser, en persona o sombra o ánimus o lo que demonios sea, de lo mismo pero con los otros, de ideas sobre Dios (o sea, idolatría de la buena), el sentido, la pera limonera y demás baratijas acumuladas en los armarios y cajones del alma.
¿Que las cosas son cómo? ¿Y eso dónde lo has leído, reina mía (o rey, según sea el caso)? ¿Y quién lo dice? Y, aunque lo diga san papa de Roma, ¿por qué narices tengo que creérmelo?
En cuanto a tirar pa alguna parte, de momento, renuncio. Voy a quedarme aquí, muy quietecita, hasta que pase algo que me haga cambiar de idea. Si es que pasa. O hasta que venga Virgilio. O hasta que me acostumbre a moverme sin tener ni zorra. O, sencillamente, hasta que me aburra.
Y ya veremos.