Este soneto es el primero de una serie de tres aún no escrita en su totalidad.
Son tres las grandes vías del mundo cristiano: Santiago, adonde acude el peregrino en busca de purificación; Roma, el camino del romero, que transita la senda del amor, y Tierra Santa, hacia donde se dirige el palmero en busca de muerte sacrificial y resurrección.
La imagen del Homo Viator, del ser humano como caminante de la vida, es cara a Occidente, y un profundo símbolo interior. No es la llegada lo importante, sino la sagrada vivencia del Camino y su aprendizaje transformador.
HOMO VIATOR I. SANTIAGO
Caminar el Camino de Occidente.
Caminar bajo el río de los cielos,
siguiendo a las estrellas en sus vuelos,
hacia la roja hoguera de Poniente.
Y pasarse la vida caminando,
y aligerar el peso de la vida
dejando en la distancia recorrida
todo el pasado que se va pasando.
No importan la partida o la llegada.
Sólo existe la gracia del camino
cruzando la frontera a cada paso.
Caminar en la fría madrugada,
envuelto en la humildad del peregrino,
la ruta milenaria del ocaso.
A.S.