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miércoles, 28 de abril de 2010

No puede ser tan complicado

Cada vez estoy más convencida de que no puede ser tan complicado.
Me refiero al asunto ese que nos trae a mal traer a todos los que andamos por estos blogs de Dios. Espiritualidad. Iluminación. No dualidad. Eso. La cosa, el tema, lo interesante, lo que nos tiene más enganchados que el más enganchado de los adictos a su droga.
No puede ser tan complicado. No puede ser que, para alcanzar nuestra "verdadera naturaleza", es decir, para ser quienes somos, tengamos que quedarnos sin los pensamientos que forman parte de quienes somos, incluido el complejo de pensamientos que forman el yo, despojarnos de los deseos que forman parte de quienes somos, olvidarnos del mundo en el que vivimos y, en definitiva, que para ser quienes somos tengamos que dejar de ser quienes somos. O, al menos, parte de quienes somos.
En algún sitio, además, tiene que haber un fallo cuando después de dedicar diez, veinte, treinta años al tema, una tiene la sensación de que sí, de que algunas cosas han mejorado, pero que neti, neti. Algo se nos escapa. O, para ser más exacta, porque qué sé yo de lo que pasa con los demás, que a lo mejor están todos iluminados y yo no me he enterado, algo se me escapa a mí.
Para empezar, se me escapa qué es eso de la iluminación. Seguro que no tiene que ser nada parecido a lo que yo me imagino. Y esto lo digo porque nada de lo que he deseado, e incluso conseguido, en esta vida, ha resultado ser lo que yo me imaginaba, de modo que no veo por qué con la iluminación va a pasar algo diferente.
Es que tiene tela. Toda la vida obsesionada persiguiendo algo que no tengo ni la más remota idea de lo que es.
El otro día, un amigo que goza de la bienaventuranza de ser, en sus propias palabras, persona simple, me decía: "Tía, tienes todo lo que querría tener todo el mundo. ¿Por qué no eres feliz de una pastelera vez?" Y yo le respondía: "Y yo qué sé." Y es que el gusanillo iluminatorio no la deja a una vivir en paz. No hay deseo como ese deseo, vacío como ese vacío, sed como esa sed, incordio como ese incordio.
Yo ya me he resignado: Soy señora deseante de eso que no sé lo que es. Vamos, que deseo lo que Juan de la Cruz versificaba: "Un no sé qué que se gana por ventura." Y si él no sabía de qué se trataba, qué diablos voy a saber yo.
De modo que aquí estoy, deseante de qué sé yo qué y convencida de que, haga lo que haga, lo mismo me van a dar. Pero al mismo tiempo sin poder dejar de hacer. Aunque, eso sí, después de años de hacer lo que se supone que hay que hacer con los resultados de todos conocidos, puestos a hacer, cada vez me animo más a hacer lo que me parezca a mí. Vamos, lo que me pida... el alma. Para empezar, cada vez me vuelvo más occidental, cristiana y enamorada de nuestras tradiciones, mitos, caminos y valores. Lo que no quiere decir que no me gusten los otros. Es sólo que, aunque me encante de vez en cuando comer en un restaurante indio o japonés (mmm...), para todos los días prefiero la cocina de estos pagos. Pues, con el idioma para entenderse con la trascendencia, que es al fin y al cabo lo que es una tradición, me pasa lo mismo: Para el día a día me va mejor lo de por aquí.
Luego, he decidido que pa maestra, la vida, y pa práctica, la de ser desde ya cada vez más como soy, en cada momento; la de permitirme ser cada vez más libre aquí y ahora (lo que además incluye "el derecho a contradecirse y el derecho a irse" que reivindicaba no sé si Rimbaud o algún otro cerebrín similar). Seguro que, en esa práctica, voy a meter la pata a muerte, pero seguro también que voy a darme cuenta antes o después, o que, de no ser así, algún alma caritativa me lo va a decir, como no deja ya de suceder. Así que sí, que hay miedos, pero una se va aguantando y se los va pasando por el forro... suavito y poquet a poquet, que dicen por Levante. Y es que ya tengo yo bastante superego como para añadir a la lista de los "debes" todo lo que se supone que "debo" hacer para ser una practicante de la Vía políticamente correcta. Esta temporada me van las Vías izquierdosillas, me temo. Y es que una ha sido izquierdosilla de toda la vida.
Me gusta, además, el Cuarto Camino por lo de utilizar a saco la vida cotidiana. Y me gusta sumarle todo lo que la psicología profunda, transpersonal, humanista, jungiana et al. tiene para sumarle, que es mucho. Y otras cosillas sobre las que me extenderé otro día. Pero, sobre todo, he decidido decidirme, y valgan todas las redundancias, a respetar mi propia autoridad interna, a seguir los caminos que mi nariz, mi estómago y mi corazón me digan que son los adecuados para mí, y a correr el riesgo de retrasar en quinientas o seiscientas vidas el empezar a enterarme de algo. Gajes del oficio. Más se perdió en Cuba, y aquí seguimos todos como si tal cosa. Total, ¿qué prisa me corre?.
De lo paradojal de todo el asunto, hablaremos en ocasión más propicia. Entre otros temas.