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martes, 30 de marzo de 2010

Fibromialgia: El dolor de las mujeres

"Sería ingenuo pensar que la sanación puede tener lugar en el aislamiento... Sería absurdo creer que una mujer por sí sola puede ganar en la lucha por la integridad psíquica"

Mary Daly: "Más allá de Dios Padre"

Por mi profesión, he acompañado, en su viaje interior, a cientos de mujeres con fibromialgia. Fibromialgia: La enfermedad se extiende, como una epidemia incontrolable, por nuestra sociedad deshumanizada. Sin embargo, aparentemente, nadie conoce su causa, y lo que se sabe de ella cabe en dos folios. Dolor. Dolor en todo el cuerpo. Y cansancio. Y depresión. Y falta de vitalidad.
He conocido a mujeres que no podían, por las mañanas, levantarse de la cama sin ayuda. He conocido a mujeres que no soportaban la presión del agua de la ducha sobre su piel, que no podían peinarse, que no eran capaces de sujetar una olla de cocina, que no podían vestirse solas, que no toleraban las caricias del acto del amor. He conocido a mujeres que se arrastraban día a día, rumbo a un trabajo alienante porque de ellas dependían sus hijos, y que, cada vez menos capaces de soportar el dolor de sus cuerpos, acababan en bajas interminables o en pensiones de miseria. He conocido a mujeres que vivían en el infierno. Y también he conocido a hombres, y aún a mujeres, que se negaban a creer en la existencia de la enfermedad, y que aumentaban la carga de quienes la padecían poniendo en duda su realidad, tachándolas de simuladoras.
¿Qué es la fibromialgia? ¿Qué la provoca? ¿Por qué no responde de manera eficaz a ninguna medicación conocida? Son preguntas para las que no tengo respuesta.
Pero he visto a muy pocas mujeres poderosas y felices contraer la enfermedad.
Y he visto que quienes la padecían, en su inmensa mayoría, eran personas que arrastraban años de situaciones biográficas cargadas de estrés, de responsabilidades, de desamor, de soledad, de falta de poder. Mujeres de doble jornada, esforzándose por sacar adelante vidas y realidades imposibles, en un mundo inflexible e incapaz de reconocer y dar respuesta a sus valores y necesidades.
En la tierra devastada de la que el Grial está ausente, es normal que tanto el planeta como los cuerpos de las mujeres se sientan doloridos, que la energía vital se retraiga y que la tristeza se instale.

"La tierra estaba muerta y desierta.
De modo que se perdieron las voces de los pozos
Y las doncellas que estaban en ellos..."

(Prólogo a Perceval. Chretien de Troyes)

Esa tierra devastada es nuestra obra. La obra colectiva de todos y todas nosotras. Entre todos la hemos creado y entre todos la mantenemos. Y cada vez que todos y cada uno de nosotros, los privilegiados de este mundo, los que tenemos acceso a los bienes, a la cultura, al ocio, los que tenemos plus energético para evolucionar y dirigirnos al Espíritu, desoímos nuestra responsabilidad, y seguimsos anteponiendo el miedo al amor, las palabras a los hechos, las teorías a la experiencia, la cobardía al poder de ser, secamos un pozo más, añadimos una nueva ofensa a lo femenino, devastamos nuestra tierra y nuestra vida y aumentamos la carga de dolor del mundo. Cada vez que optamos por la seguridad en lugar de por la creatividad, cada vez que educamos a nuestros hijos en el miedo, cada vez que damos la espalda al amor, la alegría y el gozo de la comunidad y nos vendemos a cambio de afecto, poder o aprobación, somos los artífices de nuestra desvitalización y de la desvitalización de nustras hermanas menos afortunadas y de la tierra que se nos dio para que la cuidáramos.
Podemos pensar que esa realidad de ahí afuera nos es ajena, o que es ilusoria, o que no podemos hacer nada por cambiarla. Podemos creer que nos salvaremos solos. Pero eso sí que es una ilusión, y una ilusión peligrosa, porque no sólo somos individuos, porque a nivel físico somos trozos de planeta, y a nivel interno, miembros del cuerpo del Cristo. No hay salvación, ni poder, ni seguridad individual. Todos estamos enfermos de fibromialgia y sinsentido.
Cuando doblan las campanas, doblan por todos.