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domingo, 28 de noviembre de 2010

Machado en el corazón

Dijo Dios: Brote la nada.
Y alzó la mano derecha,
hasta ocultar su mirada.
Y quedó la nada hecha.

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Borraste el ser; quedó la nada pura.
Muéstrame, ¡oh Dios!, la portentosa mano
que hizo la sombra: la pizarra obscura
donde se escribe el pensamiento humano.

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Confiamos
en que no será verdad
nada de lo que pensamos.

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¡Bajar a los infiernos como el Dante!
¡Llevar por compañero
a un poeta con nombre de lucero!
¡Y este fulgor violeta en el diamante!
Dejad toda esperanza... Usted primero.
¡Oh, nunca, nunca, nunca! Usted delante.

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Todo amor es fantasía;
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada,
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás.

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Antes me llegue, si me llega, el Día,
la luz que ve, increada,
ahógame esta mala gritería,
Señor, con las esencias de tu Nada.

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Mis ojos en el espejo
son ojos ciegos que miran
los ojos con que los veo.

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El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas.
Es ojo porque te ve.

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Y en la cosa nunca vista
de tus ojos me he buscado:
en el ver con que me miras.

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En mi soledad
he visto cosas muy claras
que no son verdad.

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Mas busca en tu espejo al otro,
al otro que va contigo.

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Ese tu Narciso
ya no se ve en el espejo
porque es el espejo mismo.

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Con la copa de sombra bien colmada,
con este nunca lleno corazón,
honremos al Señor que hizo la Nada
y ha esculpido en la fe nuestra razón.

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No es el yo fundamental
eso que busca el poeta
sino el tu esencial.

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...Echaste un velo de sombra
sobre el bello mundo, y vas
creyendo ver, porque mides
el mundo con un compás...

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Algo importa
que en la vida mala y corta
que llevamos
libres o siervos seamos.
Mas, si vamos a la mar,
lo mismo nos han de dar...

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Toda la imaginería
que no ha brotado del río,
¡barata bisutería!

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Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo
y suele ser tu contrario.

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Hoy es siempre todavía.

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Para qué llamar caminos
a los surcos del azar.
Todo el que camina, anda,
como Jesús, sobre el mar.

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Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-
mas recibí la flecha que me asignó Cupido
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard,
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
el verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo, espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debeisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

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Anoche soñé que oía
a Dios gritándome: ¡Alerta!
Luego era Dios quien dormía
y yo gritaba: ¡Despierta!

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El río despierta.
En el aire obscuro,
sólo el río suena.
¡Oh, canción amarga
del agua en la piedra!
...Hacia el alto Espino,
bajo las estrellas.
Sólo suena el río
al fondo del valle,
bajo el alto Espino.

(Antonio Machado)