Ya sé que hay otras cosas,
pero qué bueno, qué inocente, qué rotundo,
gozar, sencillamente.
Gozar como animales,
gozar como quien somos,
de la pura abundancia gratuita,
de vivir y de ser en este mundo,
de habitar en un cuerpo bendecido
encima de la tierra.
Retozar en las aguas
en el calor quemante del verano,
mecerse con las olas,
secarse al sol,
arder con las arenas,
correr por las orillas de los mares,
embriagarse de azul,
bailar desnudos,
comer, beber, gustar a manos llenas
los frutos de la tierra, deleitarse,
morder hasta saciarse de comida,
dormir en un atardecer de otoño
y despertarse para amar,
jugar el juego
antiguo del amor y de los cuerpos
con un hombre querido
-o, más sencillamente,
con un hombre-.
Sentarse por las noches,
al arrimo del fuego,
a escuchar las historias de la tribu,
amamantar a un hijo
rodeada de hijos,
reír con las mujeres
preparando una fiesta,
producir algo hermoso,
tumbarse bajo el cielo
una noche sin luna,
perderse en el latir de las estrellas...
Morirse saturada
de vida y de más vida y de más vida.
Morirse saturada...
A.S.
