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lunes, 28 de marzo de 2011

La herida incurable

Dice Silo del núcleo de ensueño, ese don de vaciedad que permanece como fuente de dolor en nuestro centro, que "no es tan mal sujeto". Y es que, en efecto, ese núcleo, cuya función consiste en producir ensueños compensatorios, es la fuente de nuestro dinamismo y nuestras búsquedas, puesto que sin dolor, y sin imágenes compensatorias a ese dolor, imágenes cargadas de deseo, de libido, de fuerza dinámica, no habría búsqueda, ni movimiento, ni aprendizaje, ni vida. Sin núcleo de vacío, sin herida -la herida incurable- no habría vida, o al menos vida humana.
Herida incurable porque, si bien al transformarse la situación vital, al evolucionar, si se quiere, el ser, la naturaleza de la carencia básica, y por tanto de los ensueños que la compensan, varía, lo invariable es esa básica carencia que nos acompaña. Tolkien lo describe perfectamente cuando afirma que el don del Uno para los humanos es un corazón que jamás encuentra reposo.
Tal vez a esa fundamental carencia, a esa íntima fuente de dolor, se refiera el mito de Quirón, el centauro herido sin intención por su amigo Hércules (el yo, el portador de la conciencia, el que ya ha emergido de la indiferenciación, el héroe conquistador de su individualidad) con una flecha empapada en sangre de la inmortal Hidra, el divino monstruo cuya sangre envenena para siempre.
Quirón, el sanador, no puede sanar de esa herida. No puede sanar más que renunciando a su inmortalidad, es decir, renunciando a su condición de dios y aceptando un destino humano, corriente, mortal. Muriendo a lo que era, para, en esa transformación, ser elevado a una dignidad más alta.
Dice Silo, de nuevo, que el ensueño compensatorio final de ese nucleo, una vez cumplida la tarea vital, el propio destino, es el deseo de muerte. Deseo que se encuentra a veces, sin rastro de sentimemtalismo ni de autocompasión, en algunos ancianos espléndidos después de una vida bien vivida. El deseo de muerte de Quirón, cansado del dolor de la herida.
Y, de forma menos literal, el deseo de muerte -de transformación radical- cada vez que se agota una etapa vital, que un núcleo de ensueño se desgasta y es sustituido por otro que demanda renovación.
La herida es nuestro destino. La raíz de nuestro sufrimiento y, también, de nuestra tarea vital. El dolor consciente, el deseo consciente (o, para el caso, inconsciente), es la fuerza motriz de nuestra vida. Sin la herida y su dolor, seriamos... dioses. Y ya se sabe que en el mundo de los dioses no hay evolución posible. Los dioses permanecen idénticos a sí mismos. No necesitan cambiar. Carecen de ese corazón que en ningún lugar encuentra reposo.
Honremos, pues, a ese nuestro destino humano. A nuestro precioso nacimiento humano.

(Un apunte astrológico: Si el signo de Quirón es aquello en lo que estamos heridos sin cura posible, la casa en la que se encuentra el astro sería, pienso, el lugar donde tratamos de compensar esa herida, adquiriendo tal vez una habilidad y una maestría inusitadas en las tareas propias de esa casa. Justamente, para compensar la herida. Y tal vez allí sea donde esa peculiar habilidad, fruto de nuestra carencia, pueda ser puesta al servicio de otros. Donde el sanador herido puede ofrecer sus dones. Así, un Quirón en Tauro en casa cinco, herido en su sensualidad, podría convertirse en un ser enormemente creativo. O un Quirón en Leo en casa tres, herido en su autoconfianza y su orgullo, podría convertirse en un excelente escritor y comunicador.)