aenlibertad@gmail.com



Nuevo blog:

POEMAS Y TEXTOS (nombrando paisajes, misterios y silencios) ameliadesola.blogspot.com.es



miércoles, 7 de abril de 2010

Transexualidad

Con frecuencia recuerdo el breve periodo de mi vida en que trabajé con transexuales. Fue hace ya casi una década. En un pequeño centro de salud, un psicólogo aislado, sin ningún respaldo del sistema, se dedicaba a apoyar y a buscar apoyos para un colectivo que, por minoritario y por ajeno a los ojos de la supuesta "normalidad", resulta, y resultaba más por aquel entonces, molesto y condenado a la invisibilidad. Recalé por allí durante unos cortos meses, y dediqué todo el tiempo que pude a hablar con ellos. Sencillamente, a hablar. A intentar comprender.
¡Comprender! Como si hubiera algo especial que comprender. Era, claro está, gente. Y la gente es gente, sea transexual o seguidora del Atlétic. Gente normal a la que no se permitía ser normal.
Me llegaron al corazón. Aún ahora, tanto tiempo después, puedo recordar las horas de charla, de risas y de llantos, las historias, las ilusiones, los proyectos.
Estaba Laura, rondando los treinta y de aspecto perfectamente masculino, pero que se sentía, y era, mujer. Laura, inteligente y culta, licenciada en una exigente carrera de Ciencias, acababa de aprobar una oposición y estaba llena de proyectos. Conforme pudiera pedir una excedencia, se iba a transformar físicamente. Iba a adecuar su cuerpo a lo que internamente sentía que era. Antes de iniciar el proceso, congelaría semen. Por si alguna vez deseaba tener hijos propios.
En el otro extremo del espectro, Luisa era una adolescente, nacida varón, cuya familia, humilde y de nivel cultural bajo, la había expulsado de su seno al conocer su "anormalidad". Luisa subsistía como podía, en casas de amigos, de amantes de paso, prostituyéndose ocasionalmente. Era una romántica incurable. Quería transformar su cuerpo, y encontrar el amor. Como todo el mundo.
Eugenio venía siempre con su novia. Nacido Ester, era nervioso y con frecuencia se deprimía. Estaban a punto de echarlo de su trabajo. Su "salida del armario" no había gustado nada a un jefe convencional que no sabía qué hacer con una empleada que iba para empleado, en plena transformación de aspecto y a la que, en sus palabras (las del jefe), "no se sabe en qué vestuario poner". Eugenio iba a quedarse sin medio de vida.
Jacinto, también siempre acompañado de su mujer desde hacía ya muchos años, era un personaje de leyenda. Nacido Olga, pero sabiéndose varón, había vivido una vida de aventuras que recordaban al salvaje oeste. Había vagado por África, haciéndose respetar "por sus cojones", trabajando en las cosas más insospechadas, hasta recalar, ya mayor, en una pareja estable y un pequeño negocio barrial.
Alicia no se atrevía a transformarse. Era padre de varios hijos, y temía que su ex esposa se los arrebatara del todo si se convertía físicamente en mujer. Se travestía siempre que podía, pero vivía dividida.
Ángeles era una jovencita de la que nadie hubiera dicho que nació Ángel. Con vaqueros, coleta y blusita de tonos claros, perecía, y era, una estudiante perfectamente normal. Me contó que desde muy niña había sentido que no encajaba en las categorías que conocía, pero que no tenía palabras para lo que se sentía. Hasta que un día, alrededor de los doce años, vio un programa de televisión sobre transexuales, y se hizo la luz en su mente. ¡Eso era!. Se lo dijo a sus padres, quienes, tras el susto inicial, la preceptiva ronda por psiquiatras y psicólogos, y la aceptación de que el asunto no tenía "solución", tomaron la sabia decisión de apoyar a su hija. Hormonada desde muy joven, con un aspecto totalmente femenino, sin estridencias, Ángeles aún conservaba sus genitales masculinos, y estaba evaluando si se operaba, como quería su madre ("para que fuera una mujer completa"), o permanecía así. Me hizo notar su sorpresa por el éxito que tenía entre los chicos ese aspecto de mujer con falo. Los volvía locos, me confesó... pero no para quedarse, añadía con sentimiento. Y es que ella quería amor, no fascinación.
Hubo muchos más casos. Con ellos aprendí mucho, muchísimo, sobre humanidad, dignidad, humor y valentía. Y sobre crueldad. Sobre la crueldad del sistema, que es la nuestra. Sobre cómo podemos destrozar vidas humanas simplemente porque esas personas no encajan en nuestra estrecha definición de "normalidad". Sobre el pequeño dictador sangriento que llevamos dentro, hinchado de prejuicios y de ignorancia, pontificando sobre esto y aquéllo y condenando al ostracismo, al estigma y a la invisibilidad a nuestros semejantes para no tener que reconocer que ellos, los chivos expiatorios de este mundo, no son más que el espejo de nuestra sombra, de todo lo que no nos atrevemos a mirar, a aceptar, de nosotros mismos, de nuestra sociedad y de nuestra cultura.
Más o menos por la misma época en que yo mantenía estas entrevistas, saltó a la prensa el caso de un catedrático de Universidad, maduro, casado y con hijos, que después de toda una vida de división interna había tenido el valor de hacer pública su condición de mujer. El escándalo, en un medio tan conservador como la Universidad, había sido enorme, y tuve la ocasión de conocer algunos detalles gracias a amigos que vivieron de cerca el proceso. Al parecer, y en general, las mujeres aceptaron con bastante más normalidad que los hombres el cambio de su colega. Éstos se parapetaban en cuestiones "científicas", aduciendo que, desde la transformación, la catedrática se dedicaba menos a la ciencia y más a salir en los medios de comunicación, a participar en debates y actos públicos y a ser, en suma, una suerte de bandera o emblema de la transexualidad. En lugar, pensaba yo, de quedarse humildemente en silencio y lavar los trapitos sucios en casa, como la gente bienpensante. Y es que hay cientos de catedráticos y catedráticas que pueden dedicarse a la ciencia. Pero sólo una, esta mujer renacida y valiente, que puede, y debe (es su dharma) hacer visible lo invisible, sacar de la marginalidad lo que hemos condenado al mundo de la noche y poner ante los ojos de todos una realidad que convive con nosotros, queramos mirar o no.
Las compañeras mujeres, por su parte, al parecer asumieron la labor de ayudar a la recién llegada a aprender a vestirse ("eres una catedrática, no una artista de cine"), a comportarse y a vivir como mujer, algo que no debe ser nada fácil para quien ha llevado por décadas el rol de varón.
A ver, imaginemos que somos quienes somos, con la vida que llevemos y la edad que tengamos. Imaginemos que siempre, desde la niñez, hemos estado divididos, sintiéndonos del otro sexo, atrapados en el cuerpo "equivocado". Imaginemos el sufrimiento de año tras año de aparentar ser quien no somos, de negar no sólo nuestra sexualidad, nuestros gustos, nuestras inclinaciones, sino nuestra identidad más nuclear. Imaginemos el dolor, el miedo, el desconcierto. Imaginemos que no podemos más, y que finalmente decidimos... decidimos ¿qué? ¿Qué pasaría con nuestra vida con esa decisión? ¿Qué pasaría con nuestra familia, con nuestro matrimonio o pareja, con nuestros hijos, con nuestros amigos? ¿Qué pasaría con nuestra economía? ¿Qué pasaría con nuestro trabajo, nuestro prestigio profesional, nuestros ingresos? ¿Qué con nuestra forma de movernos, de relacionarnos, de vestir, de amar?
¿Qué pasaría con nuestro cuerpo? Un cuerpo de varón requiere, para feminizarse, hormonación sostenida, una complicada operación de genitales, construcción de mamas, extirpar el cartílago tiroides, depilación... Un cuerpo de mujer, para masculinizarse, requiere una operación de genitales aún más compleja, hormonación, ablación de mamas... ¿Sabe alguien lo que cuesta todo esto, en términos tanto monetarios como psicológicos? ¿Qué haríamos, si nos viésemos abocados a ello? ¿Podríamos asumirlo? ¿Podríamos conservar nuestro más o menos confortable lugar en el sistema, o nos veríamos arrastrados a la marginalidad? ¿Perderíamos el amor que nos sostiene, la familia, la comunidad?
Pensemos en ello cada vez que aparezca el diferente. Pensemos en ello, porque de esa consciencia nuestra dependen vidas. De nuestro amor o de nuestra indiferencia. De nuestro compromiso o de nuestra "neutralidad".
Vivimos en un mundo complejo. Hagamos de ello ocasión de riqueza y aprendizaje, no de exclusión, estrechez y crueldad para otros seres humanos.