"La energía Crística... tiene sus raíces en una
energía colectiva que ha llegado más allá del mundo de la dualidad. Esto
significa que ésta reconoce los opuestos de bien y mal, luz y oscuridad, dar y
recibir, como los aspectos de una y la misma energía.
El vivir desde
la realidad de la conciencia Crística significa que no hay lucha con
nada. Hay una completa aceptación de la realidad. Esta ausencia de lucha o
resistencia es su principal característica. Ya que Cristo (o la energía
Crística) reconoce los extremos de todos los pensamientos, sentimientos y
acciones como la manifestación de una energía divina, no puede haber dualidad,
ni juicio en el modo en que “él” (la energía crística) experimenta la
realidad.
...Cuando el Cristo (la energía
crística) en ustedes observa un conflicto armado entre personas, su corazón se
lamenta por el destino de los abatidos, pero ella no juzga. Ella siente el dolor
y la humillación con cada golpe, y su corazón está lleno de compasión, pero ella
no juzga. Ella observa al atacante, aquél que porta el arma, quien tiene poder,
quien inflige dolor, y ella siente... el odio y la amargura dentro de él, y su
corazón se acongoja, pero ella no juzga. El corazón de Cristo abraza todo el
espectáculo con profundo sentimiento de compasión, pero sin juicio, porque ella
reconoce todos los aspectos como experiencias a través de las cuales ella misma
ha pasado. Ella misma ha representado todos esos roles, de ofensor y víctima, de
amo y esclavo, y ella ha llegado a comprender que ella no es ninguno de
ellos, sino, aquella quien sustenta a ambos.
La energía
Crística ha pasado a través de todas las energías de la dualidad. Se identifica
a ella misma ahora con la oscuridad, luego con la luz, pero a través de todo,
algo permanece igual. Y cuando ella reconoce esta “semejanza” sustentando todas
sus experiencias, su conciencia obtiene una nueva clase de unidad: fue
“cristificada”."
(P. Kribbe)