aenlibertad@gmail.com



Nuevo blog:

POEMAS Y TEXTOS (nombrando paisajes, misterios y silencios) ameliadesola.blogspot.com.es



miércoles, 2 de junio de 2010

Vivir en la frontera

Cada vez me conozco menos. Lo que es más, cada vez abandono más la esperanza de llegar a conocerme. Y es que, a medida que maduro (¿o será que envejezco?), siento más la necesidad de instalarme a vivir en la frontera móvil de mi psique. Allí donde no sólo ignoro lo que va a pasar, sino también cómo voy a responder a lo que pase.
Entendámonos. La verdad más verdadera es que nunca he sabido lo que iba a pasar, y nunca he sabido tampoco cómo iba a responder a esos eventos. Pero en otros momentos anteriores me preocupaban tales asuntos de una manera en la que ahora, tal vez por desgaste, han dejado de hacerlo.
Vamos por partes. Lo que va a pasar, eso no lo sabe... ni dios. Y lo digo completamente en serio. Tengo la impresión de que la creación es un proceso continuo, jubiloso, terrible y libérrimo, en el que Dios ("como no sé cómo llamarle, lo llamo...Dios") se precipita, se vacía, se arroja en el tiempo y la materia y la carne, se encarna desde la potencialidad infinita en lo que eternamente va siendo y cambiando y volviendo al seno del que emanó. Y lo que dios no sepa, no lo voy a saber yo, obviamente. Porque, además, bromas aparte, yo, este núcleo de no se sabe qué, orbitado por un puñado de pensamientos, sentimientos, vivencias y nada que yo soy (o que no soy, no vamos a discutir por eso), formo parte de ese despliegue, de esa catarata que emerge sin cesar de la divina cornucopia. En tanto que criatura, no puedo saber lo que va a pasar. Pero, yendo más lejos, en tanto que emergente, que creación en continuo proceso de surtir del Padre-Madre, no sé, no puedo saber cómo voy siendo. Soy, y siempre seré, un renovado misterio para mí. Como Dios, por otra parte, lo es para sí mismo. A fin de cuentas, he sido creada "a su imagen y semejanza". No sé, pues, ni quién soy ni en proceso de qué me estoy constituyendo.
Y esto tiene la implicación práctica, en la vida de todos los días, de no saber nunca qué voy a hacer, cómo voy a reaccionar, en qué me voy a convertir en respuesta a cada momento, a cada suceso, a cada persona con la que me cruzo.
La novedad, la única novedad de lo que siempre ha sido así, es que, por una vez, y sin que sirva de precedente, la perspectiva me produce más alegría que miedo. Alegría no de tener libertad, sino de ser libertad, no de tener creatividad, sino de ser creación.
Vivir con (un poco de) consciencia en la frontera, instalarse en el no saber como el que lo hace en el lejano oeste, o en el límite de la onda del big bang, tiene algo de pionero, de la salvaje danza de lo nuevo, de la vida recién estrenada a cada minuto, de la absoluta y asumida ignorancia, no ya de lo referente a las grandes preguntas (que eso, ni planteárselo), sino de si voy a ser en cada ocasión santa o asesina, heroína o villana, Ofelia o Lady Macbeth, Medea o la Virgen María. O todas, y más. O ninguna. O cualquier intermedio. Significa vivir sin guía, sin moral establecida, sin "lugar para reclinar la cabeza", sin equipaje, sin permanencia, sin... mí. Y, a la vez. aceptar y aceptarme en lo que soy o vaya siendo, abrirme a la vida siempre nueva (de la que formo parte), y dejarme penetrar por ella como por un amante.
Sin saber. Sin expectativas. Sin esperanzas. Sin que me importe. Con gozo. Con dolor. Con amor.